viernes, 20 de abril de 2012

Lo siente, se equivocó, no volverá a suceder


                   
      Según la Constitución, todos tenemos derecho en nuestra vida privada a matar elefantes y búfalos en África como viene haciendo desde hace tiempo nuestro monarca, o a darles de comer cacahuetes en los zoológicos como hacen nuestros hijos. Y no es que sea de mi agrado que los elefantes estén encerrados en esos recintos o en circos, pero siempre será mejor para ellos que estar en el punto de mira de la escopeta de un rey en Botswana. A estas diferentes posturas de ejercer nuestros derechos privados entre varias opciones, es a lo que denominamos “libre albedrío” que no hay que confundir con “libertinaje”, un concepto con el que sustituyó el de la palabra “libertad”, Franco, caudillo educador que también instruyó en el uso de las armas de fuego por los campos del Pardo, entre encinas, a nuestro monarca durante su juventud, junto a la lectura de la revista “Jara y Sedal” en lugar de “El Libro de la Selva” de Rudyard Kipling. Es cierto que en El Pardo no había búfalos ni elefantes ni cacahuetes para ofrecerles, sino más bien conejos, perdices, corzos o jabalíes –ninguno de ellos en peligro de extinción– y cartuchos de postas para acabar con ellos. Debió de ser más tarde, al renegar de su preceptor –para nuestro bien– alcanzando la ansiada corona, cuando inició su afición por la caza mayor, o muy mayor a la vista del tamaño de las últimas piezas cobradas. Las diferentes especies y número de estos animales salvajes que su majestad ha abatido durante sus treinta y cinco años de reinado, es una incógnita irresoluble por pertenecer al secreto de Estado y a la Casa Real. Solamente sabemos que en 2004, a través de la prensa rumana de la que se hizo eco “El Mundo” (17/10/2004), abatió diez osos y un lobo en una cacería amañada en Rumanía. Posteriormente en 2006, en declaraciones de Serguéi Stárontin funcionario local del departamento de Conservación y Desarrollo de los Recursos de Caza de la región de Vólodga en Rusia, recogidas por “El País” (20/10/2006), se supo que el monarca invitado en aquella ocasión por Putin, y engañado creyendo que era una fiera salvaje, abatió a un viejo oso amaestrado llamado “Mitrofán” de un solo tiro, durante un viaje de amistad que hizo a aquel país. En cuanto al número de cabras monteses abatidas en Gredos, no existen datos fiables, al ser partidas de caza tratadas como materia reservada. En su defensa hay que alegar que no hay ninguna constancia de que haya participado jamás en la caza del lince ibérico en Doñana. Evidentemente por seguridad nacional, todas estas noticias han sido permanentemente desmentidas por la Casa Real y muy poco difundidas por los medios, que respecto a su figura siempre han aplicado una tolerancia cien o un prudente y cómplice silencio informativo.
  Un amigo personal del rey, Antonio Sánchez Mariño, cazador como él y escritor en el tiempo que le deja libre la caza mayor, que afirma haber abatido cerca de 1.300 elefantes a lo largo de su productiva vida, nos ha proporcionado recientemente una edificante entrevista en Tele 5 a donde acudió sin escopeta en defensa del derecho del rey para ejercer este tipo de actividades –menos dañinas según Mariño que las provocadas por el derecho al aborto–, con “perlas” como estas: “Cazar no es matar, matar es repugnante, mientras que cazar elefantes es un arte además de una experiencia única que implica riesgos (...)”, “La gente tiene sensibilidad para la caza del elefante pero no para matar niños abortando (...)”, “Todos esos desgraciados, carroñeros que hay en nuestra patria no hacen más que escarbar en la basura (...)”, “El rey puede hacer lo que le de la gana porque tiene que aguantar a los españoles y la gente no lo entiende porque todos son una panda de ignorantes (...)”. Es evidente que este noble y fiero cazador ha confundido definitivamente la velocidad con el tocino, desvinculando la muerte de la caza, equiparando la cacería con el aborto, confundiendo a los ciudadanos con buitres o hienas, y finalmente atribuyendo su propia ignorancia al pueblo español.
   Desde muy joven, por no haber sido educado durante una República ni bajo una Monarquía, mi alma permanecía apolítica o políticamente virgen, aunque mi atracción natural hacia Brigitte Bardot unida a una carencia de afección por el “generalísimo”, indicaban ya una incipiente admiración hacia la República Francesa, mucho más sensual ante mis ojos de adolescente que la Falange y el Movimiento juntos. Años más tarde descubrí frente al traje de baturra hasta el cuello y el pañuelo recogido al moño de la monárquica Agustina de Aragón, los pechos y la melena al aire de una mujer llamada Libertad en el cuadro de Eugène Delacroix, “La Libertad guiando al pueblo”, que simbolizaba la República. En ese mismo instante me hice republicano. Pasó el tiempo, y, gracias a su sangre borbona, a la abdicación de su padre y a la muerte de su preceptor, Juan Carlos accedió al poder con el título de Juan Carlos I  rey de España. Poco después en 1978, la República de China, regaló al monarca dos osos panda macho y hembra, llamados “Chang Chang” y “Shao Shao” y el rey en lugar de cazarlos los depositó en el Zoo de Madrid. Estos hechos unidos a que nos salvara “por los pelos” del bigote de Tejero el 23 de febrero de 1981, enternecieron mi corazón republicano que se inundó de tolerancia monárquica. Un año después, en 1982, de la feliz unión de aquellos osos panda reforzada por la inseminación artificial de un tercero, nació “Chu Lin”, que se convirtió rápidamente en una estrella mediática a la que el grupo infantil “Enrique y Ana” dedicó una tierna canción que fue un gran éxito entre los niños y algunos adultos de entonces y de la que todavía recuerdo esta estrofa: “Es el panda, es el panda, un osito que aún no anda...”. Finalmente, en 1996, después de la muerte de sus progenitores, “Chu Lin” falleció de pena y de una afección intestinal. Para honrar su memoria, la reina Dña. Sofía inauguró una hermosa estatua del panda realizada en bronce y con esta inscripción: “Los niños a Chu Lin”. Gracias a la amplia difusión de esas noticias y a la nula sobre las actividades cinegéticas de su majestad, el corazoncito rojo de algunos republicanos se fué tiñendo en parte de un azul monárquico por desconocer las aficiones secretas del rey.
   De la misma manera y por razones incomprensibles para un buen cazador, Don Juan Carlos fue nombrado desde su fundación en 1968, socio fundador y presidente de honor de WWF (Wild World Life) España, también denominado ADENA (Asociación para la Defesa de la Naturaleza, cuyo popular logotipo es el mismísimo panda Chu Lin), a no ser que esta institución conservacionista excluya la protección de los animales salvajes en sus estatutos dedicándose exclusivamente a salvar el bosque mediterráneo y a los pandas.
    Hemos visto y oído hace unos días, cómo al salir de la clínica tras su operación de cadera y en un arranque de arrepentimiento, el rey, con la mirada baja, ha pronunciado la siguiente frase: “Lo siento, me he equivocado, no volverá a ocurrir”. Mucho se está especulando sobre el sentido de ella; si lo que siente y de lo que se ha equivocado es de su trayectoria como cazador, o solamente por su última pieza cobrada, o de su caída, o del viaje a Botwana. En cuanto a que no volverá a ocurrir, ¿significa eso que va a decir definitivamente adiós a las armas? Yo prefiero ser optimista y pensar que el monarca, que cree en Dios porque de él emana su poder terrenal, está arrepentido de haber exterminado a tantos animales hermosos producto de miles de millones de años de evolución desde las primeras bacterias, o de solo poco más de una decena de miles de años desde el Paraíso de ser producto de la Creación –especies hoy en peligro de desaparición por las cacerías como antes lo estuvieron por el Diluvio–, colgando por ello y por el bien de los animales que aún están en libertad, esas escopetas que carga el diablo. Por ello, mi corazón republicano para no liarla más, ha cogido un ligero tinte monárquico mientras que los familiares de los cientos de piezas abatidas por su majestad estarán hoy algo más reconfortados en su dolor por la disculpa del rey Juan Carlos.


"Y llegó la Monarquía" (1975)



  

viernes, 13 de abril de 2012

Procesionando: la procesión va por dentro

   

     Ha terminado la Semana Santa, o la “Santa Semana” como gusto redenominarla, que es el espacio temporal donde se regodean (regodearse –según la RAE–: De re- y el latín gaudĕre, alegrarse, estar contento.Verbo pronominal coloquial. Deleitarse o complacerse en lo que gusta o se goza, deteniéndose en ello) miles de creyentes y espectadores espectantes, repitiendo año tras año la ceremonia del tormento y el dolor; por lo cual no les alabo el gusto. Tamaño espectáculo me trae a la memoria subconsciente un sueño que tuve de niño, seguramente producto de esta reiterativa Semana que en aquellos tiempos lo llenaba todo, eliminando de la vida cotidiana todo lo que no fuera sufrimiento o angustia, sustituyendo la música gozosa por los requiems clásicos, el cocido con morcillo por las patatas con bacalao, y las películas del Oeste por las de Romanos en el mejor de los casos. Pero vayamos al sueño: en él, estando yo solo en una habitación, la mía, en un 6º piso en el que vivía junto a mi familia, sentía de pronto de forma irrefrenable la necesidad involuntaria de arrojarme por la ventana, yendo a estamparme contra la acera 18 metros más abajo. Por un extraño milagro –o sortilegio– no me despanzurraba en el impacto, aunque sí sentía en mis huesos y en mis carnes los dolores correspondientes a aquella desafortunada acción. Sin desfallecer y tratando de contener el dolor, me incorporaba recomponiéndome poco a poco sobre mis pequeños pies intactos y tras subir peldaño a peldaño por las escaleras los seis pisos que me separaban de mi casa (estaba expresamente prohibido a los menores de 14 años no acompañados por adultos subir en el ascensor), volvía a repetir la operación una y otra vez, hasta que el maldito sueño abandonaba mi cabeza o con suerte era despertado por mi madre para acudir al colegio.
   











        Afortunadamente, aquel sueño desapareció de mi vida no volviendo a repetirse nunca más, cosa que no ha sucedido con esta Santa Semana, muchos siglos después de que a algún iluminado se le ocurriera añadir unas gotas de hiel todos los años por las mismas fechas a la vida de los seres humanos en el paraíso católico, más allá de las que la propia vida nos regala; a unos más, a otros menos, y a los menos casi nada. Ejemplos del sufrimiento humano tenemos a diario en los telediarios, pero es cierto que esas desgracias son reales, no representadas, y todos somos conscientes de que nos conmueve más el teatro que la vida misma. Lloramos en el cine, pero al salir a la calle enjugándonos las lágrimas, somos incapaces de compadecernos ante el mendigo que duerme entre cartones delante de la taquilla. ¡Paradojas del alma humana! Todos hemos visto también llorar, en esta reactualizada Santa Semana pasada por agua, a hombres como castillos, mujeres enlutadas y niños inocentes, al no poder ver desfilar a sus ídolos de madera o escayola por culpa del cielo, sin atribuir ese desgraciado hecho a que todo el colectivo de cristos y vírgenes están ya muy hartos de tanto trasiego, e intentan conjurar a las nubes en contra de los humanos para que les dejen lamerse tranquilamente las heridas en sus retiros piadosos.
    Voy a detenerme un momento en la cera, ese ecológico producto elaborado por las abejas de Dios que contribuye a dar aún mayor explendor a estas fechas, sacándonos de la oscuridad mediante decenas de miles de cirios que en esos días desparraman alegremente por nuestras calles, avenidas, plazas y aceras (especialmente en las ciudades de Andalucía), toneladas de líquido ardiente semejante a aquel otro que se derramaba desde lo alto de las murallas de los castillos sobre las cabezas de los enemigos que pretendían tomar esas mismas ciudades, instándoles a cambiar de actitud. Esta cera líquida, mezclada con el habitual humus del suelo, se transforma en un mejunge negro que se adhiere amorosamente a las suelas de nuestros zapatos y a los neumáticos de nuestros vehículos. Gracias a esa capa deslizante, las caídas de peatones y accidentes motorizados se disparan durante y después de esas fechas, aunque no existen estadísticas fiables del incremento en número de muertos y heridos en las semanas corrientes posteriores a la Santa por esas causas. Es el precio que tiene que pagar la sociedad por dar trabajo a las abejas para elaborar tanto cirio, en unos días en los que es más arriesgado ser peatón que costalero, e incluso conducir una “scooter” que un trono. Estos desgraciados accidentes van acompasados, no por saetas, sino por un sonido semejante al maullar de un gato que proviene de los neumáticos de los vehçiculos a dos y cuatro ruedas, mientras distribuyen equitativamente por toda la ciudad el mejunge sagrado. Como el tiempo todo lo cura, pasados unos meses, la madre Naturaleza mediante la lluvia, el sol y el viento, acaba por eliminar esos restos de cerumen; excepto algunos que quedan para siempre fosilizados sobre el asfalto confiriéndole unas hermosas manchas impresionistas de color oscuro. Y para el año siguiente, vuelta a comenzar el ciclo pasional favorecido por unos gobiernos que cada vez con más resolución, prefieren que sus súbditos pierdan el trabajo antes que la fe y algunas costumbres llamadas buenas.
   Un aspecto importante que siempre me ha llamado la atención por estas fechas es el carácter pagano de las creencias en un solo Dios verdadero aunque plural. Me refiero al Hijo e incluso a la Madre que aunque no es diosa, es Virgen. De estos Hijos y Vírgenes, los hay cientos, tanto o más que entre los dioses y diosas de las antiguas Grecia y Roma juntas. En cada ciudad, en cada pueblo y hasta en cada barrio, sus habitantes o vecinos cegados por un paganismo plural, advocan a sus Cristos y Vírgenes particulares sin importarles un pimiento los de otras ciudades, pueblos cercanos o incluso barrios colindantes. El común oír a la gente pía decir “le tengo mucha fe a la Macarena” aunque no tengan ninguna por la Virgen de Montserrat, que además es catalana, o por la de la Candelaria que es negra y habita lejos. Y a los que beben los vientos por el “Cristo de los Faroles”, les importa un comino “Jesús el Rico” aunque también sea andaluz además de malagueño. Algunos incluso, jugando con más de una baraja, ruegan favores a varios Cristos y Vírgenes por si el contrario o la contraria, poco favorables, no les quisiera escuchar. Es como la costumbre de comprar varios números de la lotería en vez de apostarlo todo por uno solo persiguiendo el “gordo”. Todo esto es visto con buenos ojos por nuestros gobiernos complacientes que contemplan con satisfacción como sus mandados se olvidan por unos días de los mercados, las primas de riesgo, el Ibex 35, los “bonus malus”, la Merckel y el Sarkozy, los recortes necesarios, e incluso, de que se han quedado ayer sin puesto de trabajo por la gracia de Dios y la reforma laboral. Mientras éste y los otros dioses y vírgenes, agradecidos por las subvenciones estatales hacia esas sagradas prácticas, se contienen de enviar rayos destructores sobre las cabezas de unos gobernantes dóciles con la fe pero implacables en las reformas, como aconteció en su día con Sodoma y Gomorra, donde las únicas procesiones que se celebraban eran las del orgullo gay.