martes, 27 de junio de 2017

Corrupción alienígena



La corrupción no es un gen aislado ni producto de la justa ambición política y empresarial. Es una invasión que viene del espacio. Así opinan refutados parapsicólogos, videntes, revistas de comunicación astral y programas televisivos de difusión extrasensorial consultados. Y yo mismo sin ir más lejos.

Desde antiguo, la Iglesia Católica sabía que la corrupción no era un pecado capital, por ello no la incluyó en el octavo, número bastante vulgar y poco cabalístico como el 7. También lo evitaron por no responsabilizar a Jesucristo, que con alguno de sus milagros corrompió la esencia de las cosas. Así sucedió con la conversión del agua en vino, hecho que coincide a la perfección con la definición docta de “corromper” según la RAE: “Alterar y trastocar la forma de algo”. 

Visionarios como Nostradamus –que como sabemos predijo todo, excepto su muerte–, y algunos alquimistas, cabalistas y titiriteros, opinaron que en tiempos venideros, la philarguria (avaricia en griego) mutaría en el espacio y “..caería sobre la Tierra como lluvia de estrellas.” Al verbo vinculado a esa lluvia, en latín, lo denominaron corrumpere (romper o hacer pedazos algo con intensidad), y avisaron que afectaría gravemente al que no llevara paraguas.

Finalmente esas predicciones se cumplieron a principio de los años 80 del pasado siglo XX; aunque el Instituto Meteorológico no fue capaz de detectar ese fenómeno en forma de lluvia de estrellas. Si no lo hizo, no fue por incapacidad técnica o humana, sino porque la corruptio (la voy a denominar así para distinguirla de la corrupción de la carne y porque el latín es el idioma que entienden los extraterrestres) fue insuflada por seres superiores en forma de hálito incoloro, inodoro e insípido. Tampoco afectó el hecho de llevar o no paraguas, ya que solo afectó a mentes privilegiadas de la política y las finanzas durante unos meses de sequía invernal. Por ceñirnos a España, la corruptio, se hizo presente, a finales de 1982, en los albores del acceso del PSOE al poder. Fue instalándose lentamente, sin llamar la atención de los ciudadanos, entre la mayoría de los dirigentes socialistas y en los empresarios más afines durante las etapas de mayorías absolutas. Solo se libraron, casualmente, aquellos que padecían resfriado común o gripe española, ya que los anticuerpos producidos por el ser humano bajo estas circunstancias, impiden la propagación e instalación crónica de la corruptio, infección contra la que todavía hoy no se ha descubierto vacuna alguna. 

Con el declive socialista y el democrático asalto al poder del PP, la corruptio pasó a instalarse entre las filas de este partido y sus acólitos empresariales con mayor virulencia, ya que los líderes de dicha clase política, al no ser descamisados y habiendo estado bien alimentados y abrigados desde niños, eran más inmunes al resfriado común; aunque la gripe española, o españolista, no parece estar mal vista entre sus filas y en ocasiones ha librado a algunos de sus miembros de la temida infección. Conviene resaltar que, evidentemente, de todo ello ni de las consecuencias planetarias que vendrán, han sido conscientes, socialistas y peperos, ni tampoco la clase financiera y empresarial del país. No hay que olvidar, que por contagio, otras formaciones menores se han visto también afectadas. Como la extinta CIU, transformada ahora en Convergencia Democrática e integrada en JPS, en un intento de eludir la enfermedad de la que alguno de sus anteriores líderes y sus familias están totalmente infectados. 
Una vez insuflada suficientemente esta, llamémosle, plaga bíblica, los extraterrestres que son los que la han provocado y que la necesitan, no para medrar o enriquecerse, sino para respirar, han ido suplantando los cuerpos de los infectados (igual que en aquella película premonitoria: “La invasión de los ladrones de cuerpos”) hasta convertirlos en zombis, cuyo único objetivo es la búsqueda de la corruptio para alimentar a sus verdaderos dueños alienígenas. La siguiente fase que tienen planeada estos seres de otros mundos, es invadir y suplantar a una gran parte de la población humana.

Tengo que reconocer que hasta ahora me he librado de la plaga gracias a que todos los años pesco un par de resfriados, acompañados de estornudos constantes y fuerte mucosidad, que en conjunto han mantenido a raya a la corruptio. Si todavía no habéis sido infectados y poseídos, recomiendo que os echéis en brazos de los resfriados, o si creeis estar mejor representados por la gripe española, en los de ella. ¿Cómo?: evitando toda suerte de anticatarrales y antigripales, mucolíticos y tisanas. Los mocos, estornudos y toses ya se encargarán de acabar con esa plaga y por ende con los alienígenas que pretendan ocupar vuestro puesto en el mundo.

miércoles, 26 de abril de 2017

La virtud de la mentira


                                                                                                          Imagen: Antonio Lafuente dP ©


El Gobierno tomó la decisión de elevar a la Cámara una propuesta mediante Decreto-Ley para despenalizar la mentira; considerando la verdad como delito, y moralmente, la mentira como virtud. Esta decisión, considerada sabia por sus mentores, debería ser aprobada por unanimidad del Consejo de Ministros y su Presidente tras largas deliberaciones. Los argumentos a favor aducían la evidencia de que los próceres de las sociedades democráticas más avanzadas, especialmente en los campos de la política y las financias, solían mentir habitualmente en sus manifestaciones públicas, reservando exclusivamente al ámbito de lo privado  y en contadas ocasiones, la manifestación de la verdad.
Con alabado criterio, el Ministro de Educación hizo una sucinta exposición, argumentando que una de las tendencias naturales del ser humano desde niño es la de mentir. Tanto para proteger su supervivencia como la de su entorno humano y familiar. Por tanto la mentira debería considerarse –como lo es el espíritu de supervivencia– la manifestación de libertad individual más primigenia, y ser protegida con todo el respaldo de la Ley. La verdad es algo oculto, casi perverso, más propio de peligrosos grupos asociales o de antiguallas religiosas que de una sociedad moderna, libre y democrática, añadió el Ministro. 

Por ello consideró que la buena práctica de La Mentira (denominándola con mayúscula) debería incorporarse a las aulas desde Preescolar, integrándola como asignatura en la Enseñanza Secundaria Obligatoria y en el Bachillerato, y como troncal en las carreras de Filosofía y Letras, Económicas y Empresariales, donde tendrían un amplio campo de experimentación siendo caldo de cultivo para la realización de futuros másteres.

El Ministro de Sanidad aportó la teoría, ampliamente contrastada por refutados psicólogos, de que el individuo cuanto más evolucionado está socialmente, mayor tendencia tiene a La Mentira, siendo esta una manifestación automática del hipotálamo, que como todos sabemos, es la parte del cerebro que controla la coordinación de las conductas esenciales vinculadas al mantenimiento de la especie, concluyó.

Durante el debate, el Ministro de Hacienda, manifestó tímidamente que tal vez esta medida influiría negativamente en la recaudación de impuestos, algo que fue rebatido inmediatamente por el Presidente, aclarando que la legalización de La Mentira y su consideración moral como virtud, haría aflorar capitales ocultos y no serían obstáculos para declaraciones de la renta antes inexistentes; cuando mentir era un delito perseguido.

El Ministro de Asuntos Exteriores declaró que tanto él como los embajadores de la nación hacía tiempo que reclamaban la aplicación de esta norma, y que por coherencia venían practicado habitualmente La Mentira, aun a riesgo de haber sido acusados por delinquir; cuando en el fondo, su actuación estaba exclusivamente movida por la defensa de los intereses de la Patria, que como todos sabemos no se consigue a través de la verdad, finalizó. 

El Ministro de Justicia aportó su granito de arena estableciendo las posibles penas a aplicar en función de la gravedad en las manifestaciones de la verdad. Desde las más livianas en el caso de “verdades piadosas” o “verdades de Perogrullo”, consideradas de mal gusto o como faltas leves, pasando por otros casos intermedios como las “verdades a medias”, los más graves como las “verdades como puños”, hasta llegar al máximo punible en el caso de “verdades absolutas” en las que el castigo podría incluso llegar a ser la prisión perpetua revisable. 

El Ministro de Defensa, más discreto, opinó que la verdad hace más daño que los misiles de largo alcance y que es imprescindible mentir para poder defender a La Patria de nuestros enemigos. En un arranque sintáctico que dejó sorprendidos a los asistentes, argumentó que La Mentira posee un verbo propio, “mentir”, e incluso un sujeto, “el mentiroso”, además de inumerables adjetivos incluso diminutivos como “mentirijillas” ; algo de lo que la verdad adolece. La Mentira es un hecho real mientras que la verdad es solo un dogma, apostilló. Estas manifestaciones de cultura militar arrancaron un fervoroso aplauso de los señoras y señores diputados de su grupo parlamentario.                                                                                                                         
Tras el aplauso intervino la Vicepresidenta, que más conciliadora, abogó por la total supresión de la anterior penalización a La Mentira, aunque sin poner fuera de la ley a la verdad. Eso sí, rebajando esta última a la categoría de minúscula, además de eliminar su anterior atributo como virtud, algo trasnochado en nuestros días, añadió. Siguió argumentando que de esta manera contarían con un mayor apoyo de todas las clase sociales, creando una nueva fraternidad entre la ciudadanía que miente habitualmente y la que no. De esta manera se conseguiría que algunas de las mentes más preclaras de la política y la economía nacional salieran de las cárceles, sin que los fanáticos portadores de la verdad tuvieran que ocupar esos puestos vacíos, con el consiguiente ahorro para las arcas del Estado. Sus palabras provocaron signos de aprobación entre gran parte de la bancada, aunque los anteriores ponentes y el Presidente manifestaron un cierto escepticismo.

La Ministra de Agricultura y Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, respaldó abiertamente la posición de la Vicepresidenta, argumentando que una prohibición de la verdad, dañaría  nuestras exportaciones de cítricos y la pesca de bajura, además de incrementar la desconfianza del consumidor, mientras que la despenalización de La Mentira nos haría más competitivos al permitirnos ser laxos en materia medioambiental; liberando así a nuestras grandes empresas de normativas que estaban estrangulando su competitividad. Para reafirmarse en sus palabras, peló una naranja que guardaba en el portafolios y ofreció un gajo a cada uno de los ponentes del debate, hecho que fue muy bien acogido por su grupo parlamentario.

Tras la pausa para la masticación, el Ministro del Interior, presentó una enmienda parcial para la desmitificación de la verdad, algo que las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado llevan años practicando ya que los delincuentes utilizan habitualmente ese argumento para librarse de las penas de prisión, añadió. ¡Le juro que yo no he sido, señor comisario, es la pura verdad, por la gloria de mi madre!, suele ser la frase más común entre los acusados por asuntos económicos sucios, concluyó.

El Ministro de Industria intervino para abogar por la supresión total de La Mentira como delito, incluso con efecto retroactivo, pero sin colocar a la verdad fuera de la ley para no herir susceptibilidades. Ello favorecería las transacciones internacionales, mejorando nuestra balanza de pagos y con ello los beneficios empresariales que redundan directamente en el bolsillo de las clases medias y trabajadoras, especialmente en mi tierra, afirmó con gesto serio y acento canario. Conviene anticipar que posteriormente a la aprobación del Decreto Ley, el Ministro de Industria dimitió para poder disfrutar mejor de varias sociedades en paraísos fiscales, dedicadas a la pesca del boquerón vitoriano en extinción y a la producción de pasas con pepitas en La Axarquía, a 10.000 km. de la residencia social de estas sociedades allende el Atlántico. La causa de esta dimisión según fuentes bien informadas, no fue el abuso de sociedades pantalla, sino el haber mezclado mentiras con verdades en una proporción inferior a la mínima exigida, llegando a decir que el motivo de la creación de las mismas no era la cercanía entre los domicilios fiscales con los centros de producción en Andalucía, sino la intención de eludir impuestos y obtener mayores beneficios para engrosar su patrimonio familiar. Manifestaciones que según sus explicaciones posteriores, fueron resultado de un trabalenguas muy corriente en su tierra y que sus palabras querían decir exactamente lo contrario. Donde dije digo, digo Diego, añadió, pero esta explicación llegó demasiado tarde y no convenció a su grupo parlamentario ni a la mayoría de los de la oposición que por responsabilidad política ratificarían dicho decreto, a pesar de la alabanza que haría el Ministro de Economía a su aportación en la implantación del flamante Decreto-Ley.  

La Ministra de Empleo y Seguridad Social y la de Fomento, hablando al alimón en una suerte de “duetto”, apostillaron que esta futura Ley haría disminuir el paro más que la Virgen del Rocío, incrementando las altas a la Seguridad Social sobre todo en los Sanfermines, y que con su aplicación práctica pronto podría verse concluida la ansiada autovía a Soria y la llegada del Ave a Logroño. Tras estas acogedoras palabras, la Ministra de Empleo se marcó unas sevillanas mientras la de Fomento la correspondía con una muñeira, siendo secundadas por los asistentes con palmas y tamboiradas sobre la mesa del Congreso, en base a las aptitudes de cada cual.

Después de este acto festivo, el Presidente en un arranque de madurez democrática, dio su brazo a torcer y admitió la enmienda de la Vicepresidenta –mujer de fuertes convicciones morales– comunicando que en breve, tras las modificaciones pertinentes, dicho Decreto Ley se sometería a la aprobación en el Congreso de los Diputados, para declarar la legalización de La Mentira más allá de normas morales, anulando todos los artículos obsoletos del código civil y del penal que castigaban con penas más o menos duras el uso y abuso de estas manifestaciones. Con ello se legalizarían los términos de falsedad, engaño, embuste, trola y otras acepciones admitidas por la RAE, dejando la verdad como hecho marginal no punible aunque sujeto a la libre interpretación de los jueces.

Llegado el día de la exposición del Decreto-Ley para su aprobación en el Congreso, recayó en la Vicepresidenta la elaboración de la ponencia frente al resto de los grupos del arco parlamentario. Inició el discurso de apertura con su ya reconocida labia, respaldada por su pública afición al cine clásico. Dirigiéndose al Presidente del Gobierno y mirándole a los ojos, le dedicó estas emotivas palabras surgidas a través de unos labios tan carnosos como firmes: ¡Miénteme y dime que me quieres! Esa apertura a lo “Johnny Guitar” arrancó fuertes aplausos en la bancada del gobierno, mientras que los ojos del Presidente –hombre habitualmente impertérrito y acostumbrado a mentir pestañeando con el ojo izquierdo– se inundaban de emoción. Después de una hora de argumentos falaces que reforzaron la propia Ley, concluyó la salmodia haciendo una referencia a la filosofía clásica griega: El ingenuo Sócrates, maestro de Platón e incapaz de mentir, perdió la vida con trago de cicuta por negarse a reconocer a los dioses atenienses. Con estas medidas que proponemos hoy aquí, el filósofo no habría tenido ningún reparo en reconocer la existencia de aquellos falsos dioses y sus enseñanzas se habrían prolongado bastantes años más, proporcionando un mayor conocimiento además de a sus discípulos, a todos los presentes. Seguidamente, abandonó el atril tarareando la conocida melodía de “Zorba el griego” y levantado los brazos a modo de jota aragonesa bajó los escalones del estrado de dos en dos.

A continuación, el portavoz del principal grupo de la oposición subió al estrado para manifestar su postureo y el de su grupo a la propuesta del Decreto-Ley para la legalización de La Mentira, sin menoscabo de la verdad, añadió. Explicó que la intención de su grupo era la de votar favorablemente, aunque aportando algunas modificaciones para enriquecer esa propuesta. Estas aportaciones consistían, como corresponde a un Estado denominado laico, subrayó, en instar a la Conferencia Episcopal para la supresión del octavo mandamiento, “No mentirás”, o en su lugar modernizarlo con la expresión: “No dirás la verdad en vano”. Añadió que debería promoverse una amnistía para todos aquellos presos condenados por haber dicho la verdad, en justa compensación por todos los que se habían librado de prisión por no haberlo hecho. En adelante la ley seria igual para todos y La Mentira favorecería tanto a justos como a pecadores, concluyó dándose un golpe de pecho con el puño cerrado. 

Los líderes de los grupos emergentes manifestaron su intención de abstenerse para no bloquear la gobernabilidad de la nación. Los de izquierdas postulando que de forma visionaria ya se habían anticipado a esas medidas sorteado a Hacienda en sus declaraciones al utilizar sociedades opacas para ocultar ingresos relativos a personas físicas, y por ello no iban a dar un cheque en blanco al gobierno para que se apuntara el tanto. Los otros, de centro-derecha, lavándose las manos, expusieron que antes que nada sería imprescindible contraponer la catadura moral de la clase dirigente frente a la de la clase media, muy golpeada por la crisis, y que era necesario que los privilegios de los que la Corona venía disfrutando durante años, pudiendo mentir sin temor a ser juzgada, pudiera ahora extenderse también a los súbditos.

Tras un ligero receso en el que sus señorías compartieron por los pasillos y en el bar del Congreso las mentiras más ocurrentes, se reanudó la sesión con la aportación del representante del partido nacionalista mayoritario en la Cámara. Este diputado, neurólogo de reconocido prestigio, inició así su ponencia: Durante el proceso de mentir, se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que mientras decimos la verdad. A medida que se incrementa la actividad cerebral, aumenta el flujo sanguíneo en el cerebro, y por tanto, aumenta el oxígeno en sangre. Siguió explicando que un grupo de científicos de la Universidad de California habían descubierto que el cerebro de los mentirosos compulsivos posee ciertas particularidades en su estructura que les diferencia de los honestos, además de poseer en el lóbulo frontal del cerebro más cantidad de sustancia blanca que los que se aferran a la verdad, pudiendo llegar hasta un diferencial del euribor más el 22%. Cuando mentimos, en el cerebro se activan tres regiones diferentes, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico, y lo hacen en mayor medida que cuando decimos la verdad. Mentir requiere un esfuerzo cerebral extra, lo que a la larga produce un mayor desarrollo de este órgano, algo que ha favorecido la evolución humana desde el Austrolapitecus hasta nuestros días. Siguió explicando que el estudio del fenómeno de La Mentira ha arrojado diversas teorías psico-biológicas, desde las cuales se intenta comprender el engaño como parte del instinto de supervivencia de la especie humana. Ampliando su interpretación de la anatomía y fisiología humanas, completó el discurso manifestando que los pies y las piernas son las partes del cuerpo humano más sinceras y por ello las civilizaciones y las democracias más avanzadas han intentado cubrirlas mediante sayos, jubones, pantalones, medias, faldas hasta los tobillos y toda suerte de guantes, desde fino encaje a piel de foca polar. Concluyó enseñando las palmas de sus manos y la pantorrilla izquierda para manifestar sinceramente, la intención del grupo al que representaba de votar la aprobación del Decreto-Ley. 

El grupo mixto concluyó los turnos de los representantes políticos ante la Cámara, reconociendo que estaban hechos un lío, por lo que, de ser posible, ejercerían el voto en blanco, aunque proponiendo antes una enmienda para que fuera ilegalizada la expresión “poner la mano en el fuego por alguien”, algo que se tomaba demasiado a la ligera y que estaba provocando demasiadas quemaduras de primer grado entre la clase política.

Ateniéndose al reglamento, el Presidente del Gobierno solicitó permiso al Presidente de la Cámara Baja para tomar la palabra desde su escaño. Una vez concedido, pronunció esta contundente frase que ha quedado para los anales del Congreso de los Diputados: Con la verdad no se va a ninguna parte. Y haciendo gala de un amplio conocimiento de la Historia, continuó relatando como Galileo Galilei tuvo el coraje de mentir para salvar la vida, testificando ante la Santa Inquisición que no era cierto que la Tierra se moviera en torno al Sol, aunque tras la abjuración murmurara en voz baja creyendo que nadie le escucharía: “Eppur si muove” (y sin embargo se mueve). Algo que al ser oído por un inquisidor menor pero de fina oreja fue causa de que se le condenara a un arresto domiciliario el resto de sus días. El Presidente siguió manifestando que los mitos de la verdad, como Buda, Jesucristo y Gandhi, estaban bien muertos y sus criterios obsoletos no tenían sentido alguno en una sociedad moderna, viva y profundamente democrática. Para concluir, respaldado por sus conocimientos técnicos y científicos, anticipó que se apresuraría a prohibir el detector de mentiras incluso en los programas de más audiencia de la telebasura nacional, así como el pentotal sódico, vulgarmente conocido como “suero de la verdad”, sustancia que ocasionaba graves daños en el Sistema Nervioso Central y en la Seguridad del Estado cuando era aplicado por los agentes del Servicio Nacional de Inteligencia. 

Finalmente, tras un enfebrecido aplauso con la mayoría de la Cámara puesta en pie, se procedió a la votación, que al arrojar los resultados esperados hizo que la Ley para la Despenalización de La Mentira quedara aprobada por aplastante mayoría. 

sábado, 22 de abril de 2017

Del sentimiento religioso



Es muy fácil atentar contra los sentimientos religiosos. Lo difícil sería no hacerlo. Tenemos el 84% de posibilidades de cometer atentado contra alguno de esos miles de millones de sentimientos individuales alimentados desde la más tierna infancia, frente a un pequeño porcentaje del 16% de que Dios nos libre de ello. Y este pequeño porcentaje es posible gracias a los no creyentes que pasaron hambre de las diferentes creencias desde niños y de otros ya adultos, que, saciados de tanta creencia decidieron ponerse a régimen de fe.


Si tenemos en cuenta que en las últimas macroencuestas planetarias de 2010 había (redondeando), 2.200 millones de cristianos, 1.600 millones de musulmanes, 1.000 millones de hindúes, 500 millones de budistas, 14 millones de judíos, y, 458 millones de creyentes perdidos en otras disciplinas religiosas como el zoroastrismo, aceptando que todos esos 5.772 millones de creyentes tienen su corazoncito, es fácil entender lo sencillo que resulta ofenderles por parte de los que estamos a régimen de fe –seamos o no vegetarianos– además de estar ciegos, como opinan los anteriormente mencionados, y que solo sumamos la ridícula cifra de 1.100 millones.

Históricamente esto se solucionaba con la hoguera, la tortura o el apedreamiento. Algo que todavía se viene practicando en algunos lugares del planeta por aquello de conservar la tradición. En los países civilizados como el nuestro, España, esa tradición ha sido sustituida por la justicia democrática. Dicha justicia, en un afán de preservar el espíritu de seriedad inherente a la formación del espíritu nacional y con un gesto de modernidad, ha decidido iniciar una campaña contra el chiste fácil que atente, de momento, contra los sentimientos religiosos más nuestros, es decir los de los cristianos por mayoría absoluta. Más adelante cuando el Estado provea de medios suficientes a los jueces, estos continuarán con el resto de los sentimientos, desde los musulmanes a los zoroastristas; sin olvidar a los baha’istas, jainistas, sinjistas, sintoistas, taoistas, tenrikyoistas y wiccaistas, que también tienen sus propios dioses que les imbuyen de sentimientos religiosos; además de estar en su derecho porque todos somos iguales ante la ley como establece la Constitución.

Se acabaron los chistes malos sobre curas y monjas, obispos y papas, santos y beatas, cristos y vírgenes, vivos o muertos. También sobre cruces y escapularios, estampitas y rosarios, sotanas y báculos, mitras, y sobre todo, hostias consagradas. Todo el peso de la ley caerá sobre ellos, sus autores o divulgadores en los medios de comunicación, Internet, o en los bares. En cuanto a los chistes y gracietas relativos a otras religiones, de momento no hay suficiente presupuesto para judicializarlos. Mientras, ya se están encargando algunas de esas otras religiones tomando la justicia por su mano a golpe de cimitarra o kalasnikoff.

Malos tiempos para las bromas, que en adelante deberán girar en torno al fútbol, el amor, el trabajo, la política, el tiempo, e incluso la justicia; si no quieren sus voceros, especialmente los cómicos, e incluso los aficionados, que el peso de la ley caiga sobre ellos. De momento. Porque en un futuro es posible que por empatía, los sentimientos futbolísticos, amorosos, laborales, políticos, climáticos y sobre todo justicieros, reclamen igualdad de oportunidades sentimentales. Ya que todos los sentimientos son iguales ante la ley como creo que dice nuestra Constitución. 

¡Seamos serios!

P.D.:
Debo puntualizar que la macroencuesta mundial no es del todo cierta y favorece claramente los porcentajes de creyentes respecto a los que no lo son (a los que no se encuesta), estableciendo su número por diferencia entre los primeros y el total de la población mundial. En el caso de los católicos, se les considera así por el hecho de estar bautizados, hecho responsabilidad de los padres antes de que los protagonistas tengan uso de razón. Un porcentaje nada despreciable de esos recién nacidos (entre los que se encuentra un servidor), al adquirir la razón, en la adolescencia, o ya adultos, abandonan esas creencias imbuidas mediante agua y sin su consentimiento. Pero, como diría nuestro actual presidente del gobierno, "el hecho ya está hecho", y seguirán estando bautizados en la fe católica el resto de sus días, a no ser que soliciten apostatar (tramite desde luego nada sencillo) ante las altas autoridades eclesiásticas. No hace tanto tiempo (en términos cósmicos) que a un servidor, para poder sacar el carnet de conducir, entre muchos otros papeles, le solicitaron la fe de bautismo, un certificado que expedía previo pago de las consiguientes tasas, la parroquia correspondiente donde hubieran lavado las ideas al recién nacido.

Financiación, ¡divina!


No es bueno para la Iglesia trabajar a sueldo del Estado y estar a expensas de las diferentes formas de contra-reformas laborales. Aunque ese sueldo ascienda a  13.000.000 € al mes más dos pagas y 30 días de vacaciones. La Iglesia por el bien de todos –no solo de sus acólitos– debería autofinanciarse, ser totalmente autónoma; tomando como ejemplo a Dios. Para conseguirlo, yo propongo determinadas medidas, comenzando con el copago, que ahora está de moda en los seguros de automóviles y en la Sanidad pública. El que quiera que sus pecados le sean perdonados, que pague 1 € por los veniales y 5 € por los mortales. Por comulgar, 0,50 € por hostia: menos que el precio de una hogaza de pan. Por escuchar misa, 2 €, los sábados, domingos y fiestas de guardar y 1 € entre semana. El miércoles por ser el día del espectador, 0,50 €: tarifas más baratas que las de cualquier multicine. Para ida y vuelta (misa el sábado y el domingo, o festivo), descuento de 25%, y precios en función del horario según sea valle o llano como el AVE. Para los mayores de 65 años, estudiantes y militares, una reducción del 25 al 40%,  como la tarjeta dorada de RENFE. Y para familias numerosas y colectivos, precios especiales. Para ejercicios espirituales y cursillos pre-matrimoniales, habría que confeccionar nuevas tarifas, manteniendo los precios congelados hasta que pase la crisis para bodas, bautizos, comuniones, extremaunciones y sepelios, que ya figuraban en el catálogo de precios. Para los congresos y debates de la Conferencia Episcopal permanente, se podrían emitir entradas de asistencia sin voz ni voto, de entresuelo, no numeradas a 20 €. Por ver al papa en vivo, 100, 40, o 15 €, según sea butaca, platea o gallinero; más económico que ir a la ópera. En diferido ya se ocuparía la SGAE de la recaudación por derechos de autor, bien a través de Yelmocineplex 3D o de las televisiones públicas y privadas, y la Ley Sinde-Wert haría lo propio con las descargas ilegales y el canon audiovisual. Medidas complementarias como estas son las que llevarían a una financiación autónoma y saneada de la Iglesia, sin el clientelismo del poder y sin tener que cambiar asignaturas como la de “Educación para la Ciudadania” para obtener ingresos de autor con las nuevas publicaciones de “Educación Cívica (y religiosa)” en la ESO. Con este paquete de medidas, se conseguirían incluso jugosos repartos de beneficios entre los feligreses, o en obra social. Finalmente, la emisión de bonos convertibles y acciones con participación en bolsa, garantizarían la autofinanciación y el incremento de la fe. Siempre que las agencias de calificación vaticanas apoyaran estas medidas y Dios no se manifestara en contra.