jueves, 16 de junio de 2011

@Criadillas.com

Teniendo en cuenta que a una parte importante de la población en la que incluyo a las llamadas “personas humanas”, les gustan las conocidas popularmente como “criadillas” (testículos o turmas de toro según la R.A.E.) rebozadas y bien frititas, se puede afirmar tajantemente que sobre gustos no hay nada escrito. Y sobre gustos de arte menos que sobre gastronómicos. A mí con acento –por ejemplo–, el arte costumbrista español del siglo XIX al igual que las “criadillas”, me revuelve el estómago. Será por sus connotaciones taurinas y porque no puedo dejar de pensar en esas "criadillas", las mías, cortadas en lonchas muy finas, igual que las de los toros –sin serlo ni en tamaño ni en calidad–, con cuchillo afilado como espada de torero o cuchilla de afeitar ancha de las de antes (que con ellas también se cumplía dicho objetivo). Estos pensamientos tan costumbristas como el arte así denominado, me producen escalofríos y crujir de dientes. Tal vez porque no tengo las turmas como hay que tenerlas, bien puestas, como las tienen los militares y los toros de nuestras plazas, convertidas esas partes de estos últimos, antes suyas y ahora de todos, en “criadillas” rebozadas y fritas por los cocineros de los restaurantes más populares o costumbristas. De ahí al vómito o al vahído, solo hay un paso, al menos para mí, por ser un flojo y por no tenerlas o tenerlos bien puestas o puestos como el nudo de la corbata de cualquier presentador de “Al filo de lo imposible”; lugar donde se me ponen, aún estando descolocadas –o descolocados–, cuando veo esas escenas tan arriesgadas.

Cosa diferente sería si habláramos de "criadillas o turmas de tierra", una especie de hongos carnosos, de buen olor, figura redondeada, negruzcos por fuera y pardos rojizo por dentro, comestibles y que guisados son muy sabrosos. En este caso no tendría inconveniente en probarlos sin el menor escrúpulo llamándolos por su nombre biológico, "turmas de tierra" –nada de "criadillas" ni testículos aunque fueran vegetales–, ya que no sería necesario para ello la muerte del astado ni la hoja de afeitar “Iberia”, y además nuestra rica gastronomía permite colocarlas de cualquier forma y en cualquier lugar de la cazuela.

Estas sutiles formas gramaticales tanto femeninas como masculinas (criadillas, turmas, testículos, o más vulgarmente “güevos”), dan fe de la riqueza del idioma de una gran parte de esta tierra: España. El idioma mundialmente conocido como español y peninsularmente –no implicando a Portugal– como castellano, define como ningún otro, lo masculino y lo femenino –gramaticalmente hablando–, con formas indistintas femeninas o masculinas incluso en sus propias acepciones. Ejemplos valen más que mil palabras: “La parte masculina y femenina del hombre” o “el carácter femenino y masculino de la mujer”. Para agilizar el lenguaje y no crear desigualdades de género, a algún lumbrera se le ocurrió sustituir la “o” o la “a” de nuestro alfabeto, por la @. Este símbolo, muy utilizado informáticamente desde que Ray Tomlison comenzara a usarlo ya en 1971 para enviar e.mails militares.com por encargo del ejército USA, y en sus ratos libres a su novia.es de ascendencia española, significa “arroba”, proviene del árabe y es una unidad de medida poco usada actualmente. ¡Me gusta una arroba! que pensaba yo de niño de 10 años respecto a la vecina del 2º dcha. –15 años mayor que yo–, que en una ocasión, al llegar mareado de un viaje por carretera de entonces y no funcionar el ascensor, se ofreció amablemente a mi madre y a mí, para subirme en brazos junto a su pecho hasta el 6º izquierda que era donde yo habitaba. Aquella ascensión fue para aquel niño como “La escalera al cielo” de Led Zeppelin, aunque ellos no existieran hasta 20 años después, convertido él ya en un hombre. Regresando de aquel 7º cielo a esta página, el tal lumbrera anónimo antes mencionado, decidió, para complacer a las mujeres sin dejar de agradar a los hombres –compensando con ello la tendencia del español o castellano hacia el genérico masculino–, apropiarse de la @ aún a costa de cargarse el lenguaje, como hace el paso del tiempo. Bonito invento querid@s, aplicado hasta la saciedad incluso en notificaciones administrativas o multas: “Estimad@ señor@ conductor@ del vehículo, etc.., al estar usted empadronad@ en esta ciudad y por el derecho y deber que le asiste como ciudadan@ para pagar gustos@ sus multas, arbitrios y contribuciones, le informamos, etc, etc...” –pongamos por caso–.

Yo propongo eliminar definitivamente las letras “oes” y “aes” del alfabeto, sustituyéndolas de forma drástica por la @ que tiene más masa, y así acabaríamos de paso con toda esta confusa ensalada de letras y el alfabeto tendría otra menos. De es@ f@rm@ n@die se sentirí@ discrimin@d@, fuer@ h@mbre @ mujer, pers@n@ hum@n@, @nim@l, veget@l @ miner@l. @ simplemente c@s@. Veamos el ejemplo de como quedaría el comienzo del Quijote reescrito en este nuevo idioma –llámesele español o castellano del futuro–, con el teclado de mi móvil: “En un lug@r de L@ M@nch@, de cuy@ n@mbre n@ quier@ @cord@rme, n@ h@ much@ tiemp@ viví@ un hid@lg@ de l@s de l@nz@ en @stiller@, @d@rg@ @ntigu@, r@cín fl@c@ y g@lg@ c@rred@r.” ¡A que es más simple y hasta tiene más diseño! De esta manera, posiblemente nos comunicaríamos mejor: los teclados de los ordenadores y móviles al disponer de dos teclas menos, resultarían más económicos, sacándonos seguramente de la crisis económica y mental que padecemos. Y habría menos violencia de género: más de un marido furibundo al tener dos grandes turbas bien puestas, ha matado a su mujer a causa la insistencia de ella en el uso del genérico masculino-femenino en sus conversaciones cotidianas. Otra forma de llevarnos bien y evitar seguramente muchas muertes de mujeres a manos de esos portadores de criadillas –además de bien puestas, malcriadas–, sería, utilizar los ciudadanos muy suyos y las ciudadanas muy suyas de cada sexo, el genérico que les fuera propio, y el resto, los más generosos y generosas, utilizar ambos y ambas siempre, aunque las conversaciones, los debates políticos y las redacciones en los colegios fueran más largas o largos, que no implican necesariamente mayor tediosidad de lo habitual.

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