sábado, 20 de agosto de 2011

Por favor Dios: ¡Existe ya!


Este papa que nos ocupa, al igual que sus quince benedictos predecesores, cree, o dice creer que Dios existe. Cuando le conviene lo nombra Cristo y en otras ocasiones –para comunicarse con él– lo llama convenientemente Padre, hablando por su boca y en su nombre, sin decir apenas nada, o nada al menos que no sepa todo el mundo ya: bonitas y torpes palabras vacías de hechos hermosos.

Yo, sin embargo, que no ocupo ni disturbo a nadie, pienso que un Dios sí debería existir; pero mejor evidentemente que el que dicen que ya existe. Si así fuera y fuera bueno como opinan que es el que ya lo es, lo respetaríamos por sus nobles acciones.

Frente a la hambruna en el cuerno de África que amenaza la vida de cientos de miles de niños y adultos, en un “plis plás”, con un simple chasquido de sus dedos o lo que les sustituyera en su caso, la mandaría al cuerno, a otro, lejos de allí, quizás a la plaza de San Pedro, trayendo a cambio lluvia y abundantes cosechas para el feliz futuro de esos habitantes sin habitación. Siguiendo en esa línea, cuando viera aparecer una gigantesca ola con intención de arrasar cientos de miles de vidas humanas, animales y vegetales, la pararía en seco, congelándola –por ejemplo– como he visto que ya hizo la Naturaleza en la Antártida en un remoto pasado; descongelándola después lentamente como hago yo con la merluza Pescanova, para no hacer daño a nadie y proteger a esos seres como yo cuido a mi estómago. En el caso de que otra ola gigante amenazara destruir una productiva central nuclear, la congelaría solo el tiempo justo que los trabajadores necesitasen para ponerse a salvo perdiendo su puesto de trabajo, para inmediatamente después, descongelarla de forma súbita dando buena cuenta de todas las instalaciones. A continuación se llevaría volando las radiaciones liberadas al espacio lejano donde no hacen daño a estrellas que se alimentan saboreando esas radiaciones ricas en Plutonio. Finalmente a esos parados, les encontraría trabajo en una central de energía solar, más conveniente para su salud. Tampoco sería necesario enfermar de cáncer para después intentar curarnos con radio y quimioterapia, porque Él se ocuparía también, de dar buena cuenta de esas células desmadradas con su poder infinito. Todo ser vivo, por decreto-ley divino, moriría como es debido, de muerte natural y rodeado de sus seres más queridos, bendiciéndole por su bondad infinita. No habría ya más accidentes por fallos mecánicos o humanos, y ni siquiera el Ministerio de Transporte, La DGT, la RENFE, Iberia o los controladores, tendrían la culpa de nada porque nada malo nos sucedería en nuestros desplazamientos. Las bombas y los misiles, tanto de militares terroristas como de terroristas no militares, explotarían en el aire o quedarían desactivados antes de llegar a su destino, no muriendo una dulce paloma en el cielo ni un humilde escarabajo en el suelo. Cuando algún malvado torturador intentara obtener información fideligna y útil, utilizando para ello la picana, su corriente eléctrica, obediente a ese buen Dios, cambiaría bruscamente de dirección dirigiéndose veloz a los genitales del operario en lugar de a los del callado informante; como un aviso para navegantes de que no se volvieran a repetir ese tipo de acciones. Y si alguna porra antidisturbios como ocurre en estos días, autónoma o nazional, se permitiera la licencia de golpear una joven cabeza discrepante, dicha defensa, movida por una fuerza superior, se abalanzaría sobre la cuadrada cabeza del usuario, macerando el casco protector hasta volver a dejar esa víscera completamente esférica como en su más tierna infancia.

Seguramente mandaría también –y si no, así le rogaría yo– al papa y a los miles de cardenales, obispos y jerarcas eclesiásticos que todavía hoy alaban a su tocayo, en fila india para ayudar a cultivar esas –por fin– ya fértiles tierras lejanas, aunque para ello tuvieran que abandonar sus pesadas vestimentas, sus anillos y sus bienes terrenales comunales, e ir vestidos con un simple y fresco taparrabos como es costumbre en esas latitudes. Al verles partir, las juventudes apostólicas amarillas y blancas compuestas por millones de jóvenes sanos y fuertes, les seguirían como al flautista de Hamelín y todos juntos, hombro con hombro, convertirían los desiertos en vergeles, erradicando así el hambre en el mundo y descongestionando Madrid. Con ello se ganarían el derecho a darnos el tostón a los demás con sus canciones acústicas. Y Jesucristo, si pudiera verles desde la otra orilla, pensaría que su muerte no habría sido en vano, como ahora pienso yo que lo fue escuchando hablar a este papa.

Además de estos, se me ocurren cientos de ejemplos maravillosos para dar trabajo de por vida a ese Dios generoso. Como además Él no se cansaría por ello, seguiría entretenido y feliz de aquí a la eternidad que sería su destino final. Para completar su trabajo educativo, enmudecería los telediarios de la televisión pública, apagando esas imágenes que inundan nuestras pupilas en un colmo informativo teledirigido repleto de su santidad y sus rebaños, contribuyendo así al necesario ahorro energético. Tal vez, ese “tiene que haber Algo” al que muchos se refieren para describirlo, intentando no caer en el ateísmo perfecto, se dignaría escucharme y poniéndose en marcha, decidiría por fin existir. Yo, para ser sincero con ustedes e intentando también mejorar para llegar a ser un ateo perfecto, tengo que añadir, que no creo que me escuche. Tanto si es un ectoplasma, como si es una radiación, como si es un ente o “Algo”, y me temo que vamos a seguir igual que hasta ahora por muchos años más, esperando unos y sufriendo otros los sucesivos tsunamis y tourneés papales de palabras huecas con acento italiano o alemán. O con ambos como en el presente caso a pesar de que los que lo sufrimos, hagamos oidos sordos.








Cualquier papa de turno, en este caso Joseph Alois Ratzinger (*), rebautizado Benedicto, siempre tendrá una clientela fiel que lo escuche, dispuesta a creer lo nunca ocurrido y a ver lo nunca visto. A no querer ver lo que realmente ocurre ni a creer en lo evidente, ya que de ahí proviene el germen del materialismo que corrompe las almas, siendo estas las que realmente importan, porque son de Dios, de este, del que hay ahora, aunque nadie sepa donde están, de donde vienen y hacia donde van. Y porque detrás de una pequeña mentira siempre habrá una gran verdad para los burros que solo pretendan perseguir la zanahoria. Yo y muchos otros como yo, preferiríamos cogerla y dársela a probar al sufrido animal, aunque con ello dejase de andar sin saber que hacer ni a donde ir una vez consumido el jugoso tubérculo.

(*) Para más información ir a : http://www.generalisimofranco.com/valle_caidos/articulo04.htm

1 comentario:

  1. Para ilustrarse algo más, recomiendo acceder a este enlace: http://www.generalisimofranco.com/valle_caidos/articulo04.htm

    ResponderEliminar