sábado, 22 de abril de 2017

Del sentimiento religioso



Es muy fácil atentar contra los sentimientos religiosos. Lo difícil sería no hacerlo. Tenemos el 84% de posibilidades de cometer atentado contra alguno de esos miles de millones de sentimientos individuales alimentados desde la más tierna infancia, frente a un pequeño porcentaje del 16% de que Dios nos libre de ello. Y este pequeño porcentaje es posible gracias a los no creyentes que pasaron hambre de las diferentes creencias desde niños y de otros ya adultos, que, saciados de tanta creencia decidieron ponerse a régimen de fe.


Si tenemos en cuenta que en las últimas macroencuestas planetarias de 2010 había (redondeando), 2.200 millones de cristianos, 1.600 millones de musulmanes, 1.000 millones de hindúes, 500 millones de budistas, 14 millones de judíos, y, 458 millones de creyentes perdidos en otras disciplinas religiosas como el zoroastrismo, aceptando que todos esos 5.772 millones de creyentes tienen su corazoncito, es fácil entender lo sencillo que resulta ofenderles por parte de los que estamos a régimen de fe –seamos o no vegetarianos– además de estar ciegos, como opinan los anteriormente mencionados, y que solo sumamos la ridícula cifra de 1.100 millones.

Históricamente esto se solucionaba con la hoguera, la tortura o el apedreamiento. Algo que todavía se viene practicando en algunos lugares del planeta por aquello de conservar la tradición. En los países civilizados como el nuestro, España, esa tradición ha sido sustituida por la justicia democrática. Dicha justicia, en un afán de preservar el espíritu de seriedad inherente a la formación del espíritu nacional y con un gesto de modernidad, ha decidido iniciar una campaña contra el chiste fácil que atente, de momento, contra los sentimientos religiosos más nuestros, es decir los de los cristianos por mayoría absoluta. Más adelante cuando el Estado provea de medios suficientes a los jueces, estos continuarán con el resto de los sentimientos, desde los musulmanes a los zoroastristas; sin olvidar a los baha’istas, jainistas, sinjistas, sintoistas, taoistas, tenrikyoistas y wiccaistas, que también tienen sus propios dioses que les imbuyen de sentimientos religiosos; además de estar en su derecho porque todos somos iguales ante la ley como establece la Constitución.

Se acabaron los chistes malos sobre curas y monjas, obispos y papas, santos y beatas, cristos y vírgenes, vivos o muertos. También sobre cruces y escapularios, estampitas y rosarios, sotanas y báculos, mitras, y sobre todo, hostias consagradas. Todo el peso de la ley caerá sobre ellos, sus autores o divulgadores en los medios de comunicación, Internet, o en los bares. En cuanto a los chistes y gracietas relativos a otras religiones, de momento no hay suficiente presupuesto para judicializarlos. Mientras, ya se están encargando algunas de esas otras religiones tomando la justicia por su mano a golpe de cimitarra o kalasnikoff.

Malos tiempos para las bromas, que en adelante deberán girar en torno al fútbol, el amor, el trabajo, la política, el tiempo, e incluso la justicia; si no quieren sus voceros, especialmente los cómicos, e incluso los aficionados, que el peso de la ley caiga sobre ellos. De momento. Porque en un futuro es posible que por empatía, los sentimientos futbolísticos, amorosos, laborales, políticos, climáticos y sobre todo justicieros, reclamen igualdad de oportunidades sentimentales. Ya que todos los sentimientos son iguales ante la ley como creo que dice nuestra Constitución. 

¡Seamos serios!

P.D.:
Debo puntualizar que la macroencuesta mundial no es del todo cierta y favorece claramente los porcentajes de creyentes respecto a los que no lo son (a los que no se encuesta), estableciendo su número por diferencia entre los primeros y el total de la población mundial. En el caso de los católicos, se les considera así por el hecho de estar bautizados, hecho responsabilidad de los padres antes de que los protagonistas tengan uso de razón. Un porcentaje nada despreciable de esos recién nacidos (entre los que se encuentra un servidor), al adquirir la razón, en la adolescencia, o ya adultos, abandonan esas creencias imbuidas mediante agua y sin su consentimiento. Pero, como diría nuestro actual presidente del gobierno, "el hecho ya está hecho", y seguirán estando bautizados en la fe católica el resto de sus días, a no ser que soliciten apostatar (tramite desde luego nada sencillo) ante las altas autoridades eclesiásticas. No hace tanto tiempo (en términos cósmicos) que a un servidor, para poder sacar el carnet de conducir, entre muchos otros papeles, le solicitaron la fe de bautismo, un certificado que expedía previo pago de las consiguientes tasas, la parroquia correspondiente donde hubieran lavado las ideas al recién nacido.

1 comentario:

  1. Lástima de leyes: a mí me pone mucho Simón el Estilita, oh mordazas.

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