



Por falta de tiempo no voy a ponerme a verificar si esta relación entre J. Stewart, Caballo Loco, Nube Gris, y Custer se dio en alguna película y corresponde a la realidad o es producto de mi mente fantasiosa. Ese mestizo –afortunadamente hoy llamado indo-americano–, como decía, estaba habitualmente contratado a sueldo como rastreador de la caballería yanqui, dedicada a perseguir a los indios buenos y a los malos norteamericanos. Al no ser militar estaba eximido del saludo y de una estricta disciplina, lo que le permitía ir a su aire. Normalmente en avanzadilla por delante del destacamento, a pie y mirando al suelo como se puede comprobar en la foto inferior.
Estamos siendo rastreados, pero no por el olor de las cagarrutas de nuestros caballos o en su defecto de nuestros perros, ni incluso por el de las propias; sino por nuestras palabras. Las que decimos de viva voz, o las que escribimos correctamente en Internet. Huelan bien o mal, sean altisonantes o malsonantes. Y a no ser que permanezcamos mudos y escribiendo únicamente misivas a bolígrafo sobre papel blanco, rayado o cuadriculado, para enviarlas después por correo postal como antiguamente, seremos perseguidos, agobiados, acorralados, y finalmente, encontrados y neutralizados, o en el mejor de los casos: utilizados. Para el bien común, desde luego, o para el de algunos pocos, también, pero nunca para el nuestro propio.
Esos rastreadores modernos, ahora llamados buscadores, están por todas partes, pero sin salirse de las redes naturalmente. Bien sean alámbricas, inalámbricas, o de fibra óptica. A través de teléfonos móviles o fijos, y de todos y cada uno de los ordenadores de los que hoy en día cualquier ser humano trae ya bajo el brazo al nacer –en lugar de la clásica barra de pan de antes–, con el que para sobrevivir en adelante, necesitará obligatoriamente una hermana llamada ADSL.
Pruebe usted, sea hembra o varón, a enviar un mensaje a cualquier amiga o amigo dentro de las tres combinaciones sexuales posibles y comprobará que la próxima vez que abra su navegador para esperar la ansiada respuesta, aparecerán multitud de anuncios relacionados con alguna de las palabras más sugerentes utilizadas en su anterior mensaje. Por ejemplo, si ha utilizado la palabra “pelo” en alguna de sus frases como, “...tienes un pelo divino...”, aparecerán por arte de magia todo tipo de anuncios de champús y pelucas, algún pasaje de la Biblia e incluso alguna fotografía de Cher. Si profundizamos en un lenguaje más íntimo sin caer en la pazguatería ni llegar a la pornografía, una frase como, “...y quiero que ese culo tuyo más prieto que el de Brad Pitt sea solo para mí...”, puede llevarnos a recibir tanto a la parte emisora como a la receptora, sin consideración de sexos, multitud de propuestas para adquirir la filmografía completa en DVDs del citado artista, todo tipo de anuncios de slips o boxes de las marcas más reputadas y una amplia variedad de mobiliario gimnástico para mantener nuestro cuerpo terso. Sin contar, con la enorme cantidad de culos anónimos de ambos sexos carentes de un triste tanga, dispuestos a ser contemplados por nuestros ojos sin pagar un céntimo. Si la parte receptora, motivada por nuestras palabras responde con algo como, “...no puedo dejar de pensar en esas caderas tuyas, más acogedoras para mí que las de Jennifer López...”, ya está liada, pero “gorda”. Recibiremos, además de una oleada de ofertas con toda la filmografía de esa estrella junto a la de su discografia completa con póster de regalo, nos guste o no, el cartel de la película “Lo Verde empieza en los Pirineos” con Jose Luis López Vazquez (q.e.p.d.). En cuanto a caderas anónimas desnudas, con y sin prótesis más o mucho más de lo mismo.
Hace unos días en un programa cultural, he oído que la administración del país del salvaje Oeste ha dedicado este año, cincuenta mil millones de dólares USA (50.000.000.000 $) para mejorar los sistemas de escucha, rastreo y detección, encargados de mantener la seguridad de los ciudadanos norteamericanos, y que gracias a ese dinero se salvarán cientos o tal vez miles de vidas de civiles y militares inocentes de las que intenta segar a diario el terrorismo internacional. Para ello, escucharán, grabarán y almacenarán, todo lo que digamos o escribamos, y tarde o temprano incluso lo que pensemos el resto de la humanidad. Yo, que soy de Ciencias y que en cuanto me dejan me pongo a hacer cuentas, se me ha ocurrido hacer estos sencillos cálculos: Teniendo en cuenta que en el Africa negra, o en la India, por ejemplo, con 1.000 $ un habitante medio puede sobrevivir un año en condiciones mucho más aceptables que las de sus compatriotas, con la misma cantidad que dedica la inteligencia norteamericana a salvar esos cientos o quizá miles de vidas de sus ciudadanos, en estos paises lejanos y en el resto del mundo, se podrían salvar 50 millones de vidas de las que se pierden fácilmente por falta de alimentos, medicinas o agua potable todos los años. Siempre que los presupuestos generales del estado norteamericano se mantengan. Cada cual que haga sus cálculos para averiguar cuántas decenas de miles de vidas de africanos o hindúes equivalen a la de un norteamericano medio, civil o militar, según las cuentas de las centrales de inteligencia de ese salvaje Oeste.
Recuerdo las palabras de un amigo, que hace bastantes años tras la aparición de Internet, opinaba ingenuamente que ello nos haría más libres y cultos, menos dependientes del poder de los estados, menos sujetos a la censura, y además gratis. Yo por llevarle la contraria, algo enfermizo en mí, opinaba que no era posible que un invento de la NASA tuviera como objetivo la libertad del individuo, contraria habitualmente a la de la sociedad, imaginando algún plan oculto para cebarnos primero, pudiéndonos llevar después de forma pacífica, contentos al pesebre; o en el mejor de los casos, sacándonos únicamente el dinero de los bolsillos y ofreciéndonos publicidad a cambio. Bueno, pues aquí y así estamos. ¿Y qué podemos hacer para protegernos de esos astutos buscadores sin tener que escapar a uña de caballo?
Creo tener la solución. Esta solución tendría varias vías. La más fácil sería, si supieramos hacerlo, escribir en chino. No creo que vinieran a buscarnos desde tan lejos, dijéramos lo que dijésemos. Pero eso sí, en ningún caso deberíamos acercarnos a la plaza de Tian’anmen, para evitar ser fulminados por algún tanque del ejército chino, por disidentes. Los buscadores indo-americanos, no hablan ese idioma, por lo que estaríamos tan a salvo como los fugitivos de la película si hubieran escapado, en lugar de a caballo, en bicicleta que no deja restos orgánicos.
La segunda vía, que es la que yo más recomiendo, es intentar escribir en andaluz de la Serranía de Ronda, aunque seamos catalanes. Pondré varios ejemplos. Supongamos que nos viene en gana escribir sobre un terrorista recientemente localizado, neutralizado, y pasado por agua, sin que se nos vincule a una red con nombre árabe sobradamente conocida. Podríamos escribir: “Fin Laen ah cío ezcohonaó y arrohaó a la má, a pezá dehtá dezarmaó el hìoputa, cin que Arcaèha ni er Pasquintáh zàllan coscaó de ná...”. Sin sufrir por ello el menor daño por parte de los hombres verdes. Además dudo que nos llegara publicidad alguna ni siquiera de la Caja de Ahorros de Ronda.
Si quisieramos escribir a una amiga o amigo muy íntimos podríamos decir algo así como: “Mizentràñah, toy con tànt’ancia e vèrte que ce me zàrtan loh pùrsoh...”. Y como mucho nos llegarían algunos versículos de las Upanishads en sánscrito. Finalmente si decidiéramos, por ejemplo, enviarle una carta de despedida al Director General del departamento donde trabajamos en el Ministerio de Asuntos Exteriores, solo tendríamos que escribir: “Ke te hén, ilipòyah cornúo, te ba llevá er cafelìyo con moiète y pringá a tú espàsho tú concuñào er que ce lo mònta con tu muhén...”. Tampoco en este caso habría peligro de publicidad alguna ni de represión ministerial. Como mucho, llegaría algún anuncio de manteca colorá, molletes antequeranos o la programación completa de Canal Sur. Nada dañino para la vida.
Y así, podríamos mantenernos como las zanahorias, ocultos bajo tierra durante un tiempo, hasta que una mano amiga viniera a recogernos porque nos hubiera llegado la hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario