martes, 24 de mayo de 2011

¿Existe un 6º sentido?

Según opinan los parapsicólogos, entre el tacto y el gusto, hay un sexto sentido homónimo que permite a los que tienen la dicha de poseerlo, ver cosas que los demás no vemos; aunque nos las creamos. Muchos de estos videntes trabajan como directores, redactores o columnistas en revistas como Más Allá y tienen como brújula a Jiménez del Oso (q.e.p.d.). Otros más modernos colaboran en Cuarto Milenio a las órdenes de Iker Jiménez. Los de naturaleza dominguera o excursionista, salen los fines de semana a la sierra de Madrid siguiendo a Pitita Ridruejo esperando encontrarse con la Virgen subida en una encina, igual que hacen los pastorcillos en las cuevas donde guardan sus rebaños, invocando apariciones marianas que conviertan sus ovejas comunistas a la verdadera fe. Los más arriesgados, aficionados al alpinismo, suben al Machu Picchu para localizar extraterrestres y hablar con ellos como hizo Moisés en el Monte Sinaí. Otros, famosos e ídolos populares, como el Papa o el Dalái Lama, ven incluso a Dios o a Buda, y charlan con ellos. Después nos lo cuentan y algunos les creemos y otros no. Depende de dónde hayamos nacido y estudiado. Tampoco es tan dañino, creer o no creer en lo que no vemos.
Desgraciadamente, yo no soy como esos videntes. No veo nada, estoy parapsicológicamente ciego. Pienso que existe un sexto sentido, también, pero creo que es el del humor. Y no me estoy refiriendo a bromas como las de Esperanza Aguirre o Pepín Blanco, ni a chistes malos como los referidos a Fernando Morán en el pasado, a los clásicos sobre los habitantes de Lepe, o a los actuales y muy peligrosos sobre “Majoma” o el funeral acuático de “Ven Loden” (escrito así para eludir a los buscadores). No, me refiero al humor en su sentido más griego, que fueron los primeros que para dejar de llorar comenzaron a reírse de la vida, regalándonos afroditas y apolos. Sentido primordial del que carecen los políticos, los mandos militares y la iglesia aunque sean griegos. Será que están operados de amígdalas.
Ya me gustaría a mí ver lo que dicen ver todos esos videntes para poder reírme dos veces. Entonces tendría, no seis, sino siete sentidos, además de trabajo en prensa o en televisión. Sería un privilegiado y eso no está bien visto con los aires que soplan.


Dejémoslo estar. Centrémonos en ese sentido, que como dicen en Andalucía: “tiene guasa”. Una amiga mía me comentó en una ocasión haber leído, que solo un 20% de la población humana captaba la ironía. Aquello me llevó a deducir que ese debería ser el porcentaje de los que poseen este sexto sentido al que me he referido: el del humor. Por lógica mundana el porcentaje está mal repartido, como todo. Los alemanes por tradición, nunca tuvieron mucho, y si no, que se lo pregunten a Hitler los documentalistas de Cuarto Milenio. Aunque desde entonces hasta Angela Merkel, han mejorado bastante, llegando incluso a superar el 3% de su población activa. En Libia, Siria y Palestina, con Muamar, Bashar e Israel, no creo que les queden ganas como para superar mas allá de un 1%, en el que incluyo a los dirigentes y a sus familiares. En Ruanda, a los Tutsis después de las bromas que les gastaron los Hutus, no les quedó ningún sexto sentido a los que salieron vivos o resultaron mutilados. De China no hay porcentajes fiables después de las últimas purgas, aunque se sabe que en el pasado mataban a sus enemigos de risa haciéndoles cosquillas. Y en Rusia, viendo las caras de Stalin y Putin no me atrevo a hacer afirmaciones gratuitas.
Donde siempre ha habido un alto porcentaje de este sentido ha sido en Inglaterra. No hay más que ver a su monarquía y observar a sus grandes escritores y cineastas: Shakespeare, Dickens, Chesterton y Hitchcock, entre otros. Además está el popular y muy conocido humor inglés serio, exceptuando el de la reina Isabel que fue operada de amígdalas de niña. A los mexicanos les sobra, si escuchamos sus corridos y rancheras y no nos metemos con los narcos. Y los norteamericanos con Allan Poe, Lovecraft, Mark Twain y Woddy Allen van sobrados. Los franceses apelando a Robespierre, Tati y Depardieu y los italianos a Dante, Sordi y Gassman, estarían en porcentajes. Pero ¿y los españoles? Aparte de Torquemada, Cervantes, Quevedo y Gila, depende de la comunidad a la que pertenezcamos, porque no es igual la sardana y el chotis que la jota y las sevillanas. Aunque sin ser demasiado optimistas podría oscilar entre un 15 y un 35% para compensar las carencias del resto del mundo, a pesar del paro del que aún tenemos valor para reírnos como Manolo Escobar: enseñando la dentadura. A los portugueses, el fado y Angela Merkel –¿que fijación tendré yo con esta mujer?–, les han quitado la alegría, por lo que su porcentaje no andarán más allá del 12% gracias al bacalao. En cuanto a los griegos, que se podría decir que son los que lo inventaron, su porcentaje era el más alto y todavía les dura, a pesar del rescate de la CEE –que pagarán caro–, gracias al sirtáki.


No está mal un 20% de media, creo que con ese porcentaje ganaríamos ampliamente a los videntes. Pero a ellos les toman en serio, y a nosotros no. Sobre todo, porque no sabemos contener la sonrisa mientras ellos exhiben muecas sombrías.
Hablando del humor, si cae la breva, seré contratado por el director de un diario gratuito o de provincias de pago, para publicar columnas diarias como esta, exceptuando los lógicos días de descanso serio. Con una oferta justa por columna y vacaciones pagadas, podría vivir dignamente sin necesidad de mantener sonrisas congeladas para alegrarme la vida. Desafortunadamente una vidente me ha dicho, que no caerá esa breva. Y yo, debo reconocer por lo “bajini”, que a veces les creo. Porque también aciertan, aunque sea por casualidad.

lunes, 23 de mayo de 2011

Dulcinea

(A Octavio, y a J.M. Aparicio allí donde esté)

Este país de países diferenciado de los demás por la ñ, igual que el agua de Carabaña, ayer se levantó naranja claro y se fue a la cama, azul cielo. Como los ojos de Cospedal. Difícil excepto para Bécquer, mirarle a los ojos y poder decirle: ¡cielo! Aunque su pupila fuera azul cuando anoche sonreía. Nos queda todavía ver pupila para rato y no considero que su color tenga propiedades atornasoladas, ni que dispongamos de suficiente confianza todavía como para aplicar epítetos como ese.

Esta Dulcinea de la Mancha, va a cambiar, por fin, los gigantes en molinos: que producen más aunque tengan menos corazón. Se la va a dar con queso, no solo a los manchegos sino a todos los castellano-manchegos para que no vuelvan a pasar hambre, intentado subir la renta per-cápita de todos ellos hasta igualarla con la suya. No sé que opinaría hoy Don Quijote, ni si sería capaz ahora, en estos tiempos, de volver a convertir a esta moderna Dulcinea conservadora en la dama de sus sueños. En su dueña y señora al menos durante los próximos cuatro años. Quizás. Al fin y al cabo, también se equivocó con la del Toboso a pesar de los consejos de Sancho.

Me temo que a Cospedal –de apellido más fácil de retener que su doloroso nombre compuesto–, se le ha clavado una espina en su pequeño corazón (comparado con el de los gigantes) y esa espina se llama Bildu. Aunque esté lejos y nadie –excepto ellos– sepamos lo que significa esa palabra o sigla. Pero duele. Si ella hubiera estado al mando de los Tribunales –como pretende conseguir en adelante para profundizar en la democracia–, esa espina no se habría clavado en su tierno corazón y este país con ñ sería aún más azul cielo que ahora. Corren rumores, también, sobre su intención reformadora, al pretender sustituir en su mesilla de noche, la lectura de Fernando Sánchez Dragó por la de Arturo Pérez Reverte. Más acorde a este siglo. Dejando la todavía inacabada lectura de “Gárgoris y Habidis” por el guión más actual de “Gitano”, plagio llevado recientemente al cine; según ha declarado el Tribunal Supremo antes de llegar a ser perfeccionado por Cospedal en un futuro próximo.

Y esto, sé, ñoras y ñores, que es lo que todos hemos querido. Unos cuantos votando al rojo, bastantes al naranja, algunos al amarillo, muchos al azul y el resto -que no son pocos- al blanco; o a ningún color por error u omisión. Todos estos colorines mezclados, han dado como resultado el azul cielo (erróneamente llamado por algunos azul claro) que es donde habitan Dios y todos los Santos. El resto viviremos un tiempo en el infierno que está más calentito. Al menos los próximos cuatro años.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Breve ensayo sobre el trabajo


Hemos tardado tiempo en aprenderlo pero finalmente lo hemos logrado gracias a los informativos: El dinero siempre es productivo para alguien, aún habiéndolo puesto en fondos en algún banco islandés. El trabajo, no.

Cuantas veces habrán dicho nuestros gobernantes, el director del Banco de España y la patronal a los trabajadores, que tienen que reciclarse sin descanso durante toda la vida laboral activa -hoy en día más longeva que en la Edad de Piedra-, para poder aumentar la productividad del país hasta su extenuación o jubilación. A pesar de estos sabios consejos, según el mercado mundial esos trabajadores continúan sin ser productivos a pesar de intentarlo de buena fe. Sin embargo, el dinero siempre lo es, aunque desaparezca de unos bolsillos para aparecer en otros opina, el mismo mercado, que es un ente que nadie ha visto pero que todos sabemos, existe. Y ese dinero que tampoco vemos es muy productivo aunque no se recicle. Si lo hace cambiando de manos, todavía lo es más porque aumenta su productividad exponencialmente. Forma parte de su valor intrínseco, no como el trabajo -que solo produce sudor en la frente y mal olor en las axilas- o la falsa moneda que van de mano en mano sin producir nada, porque nada valen. El dinero es como el Plutonio 239, que aunque esté inmóvil en una vasija, no deja de producir y producir radioactividad durante toda su vida activa: unos 24.131 años. Si un trabajador tuviera una vida laboral tan longeva, ¿cuántas veces debería reciclarse? Pongamos un falso ejemplo: Una central nuclear segura explota matando a todos sus trabajadores, estén reciclados o no, y liberando el plutonio encerrado en ella. Esos trabajadores, en el hipotético supuesto de que en alguna ocasión hubieran sido productivos, habrían dejado de serlo desgraciadamente. Sin embargo el Plutonio 239 liberado, no. Solamente hay que saber ¿donde? y ¿como? colocarlo para que no nos haga daño y nos proporcione luz eléctrica y calor a los consumidores, y dinero a sus legítimos dueños mientras siga liberando energía.


Definitivamente: El trabajo no es productivo; el dinero, sí. Ya lo ha demostrado Telefónica. Si ha ganado más de 10.000.000.000 € este último año, ha sido gracias a los accionistas captados y a los contratos conseguidos por sus altos ejecutivos, no a sus más de 30.000 trabajadores en España -rémoras de una empresa estatal felizmente privatizada- contestando a preguntas estúpidas de los usuarios. Por eso despedirá en los próximos años al 20% de ellos y no a los accionistas ni a los ejecutivos. Ni –en un generoso gesto– a los 24.000 restantes, más jóvenes y baratos que los 6.000 viejos sobrantes. Con ello aumentará la productividad y los SMS en esos próximos años. Es el dinero de estos callados accionistas el que ha generado tanto beneficio, no el esfuerzo ni las voces de los trabajadores. Y para generar ese beneficio, los accionistas no han tenido que reciclarse. Ni siquiera moverse de sus casas. Solamente con prestarle sus capitales a dicha empresa, ha sido suficiente. ¡Y muy rentable por cierto! Para que todo siga siendo así y los fieles accionistas no caigan en la tentación de retirar sus acciones saliendo de sus casas, Telefónica deberá seguir mandando progresivamente al resto de la plantilla a las suyas hasta quedarse únicamente con los directivos, a los que por su productividad vendiendo el Paraíso les han premiado con unos pocos “bonus buenus”. Unos 500 millones de euros: solamente el 5% de los beneficios obtenidos. A los despedidos, ¡pan y cebolla!

Hagamos otro esfuerzo de imaginación para generar en el futuro energía muy barata. Creemos centrales nucleares seguras s.e.u.o. (salvo error u omisión), utilizando la mano de obra y la salud de los agentes productores para construirlas y el dinero de las Eléctricas para pagarlas, que ya habrá tiempo para devolvérselo con creces. Después de construidas, esa misma mano de obra antes de perder la salud deberá ponerse a fabricar nano robots, robots de talla media y robots gigantes que les sustituyan cuando ya no puedan más. Estas centrales estaría atendidas por toda esa caterva de robots a los que ningún Plutonio hace mella. Mientras, el personal humano ya se habría jubilado y estaría a salvo lejos de allí, habiendo abandonando sus casas y estando a cargo de sus familiares más jóvenes gracias a la ley de dependencia, o en residencias habilitadas para su fin. En caso de porducirse un S.E.U.O. nadie lamentaría la destrucción de todas esas máquinas y el resto solo sería cuestión de hacia donde soplara el viento, y eso solo lo saben Dios y el recién beatificado Juan Pablo 2º.

Volviendo al presente “chungo” que es la base de nuestro futuro, si China nos compra muchos bonos del tesoro (esa especie de cromos que fabrican los gobiernos) con el dinero obtenido en los “todo a cien” o en los “chinos”, España crecerá y los españoles, catalanes, vascos, gallegos y andaluces de Jaen, aceituneros altivos, también, porque seremos productivos; si no, los parados tendrán que reciclarse hasta el fin del subsidio de los tiempos. En el fin de esos días, cercano ya, la población humana estará dividida en solo dos razas: los que salen en televisión y el resto; que son los que la ven y a los que pertenezco por derecho propio. A todos aquellos que decidamos apagarla por no querer ver más la realidad, nos acusarán de racistas, siendo castigados por ello. No sin empleo y sueldo, que ya solo existirán como un lejano recuerdo, sino a no poder reciclarnos en nada, ni siquiera en humo, y mucho menos en humo enamorado.

viernes, 13 de mayo de 2011

¿Hay vida después del telediario?


En una ocasión, escuché decir a un tertuliano serio –una de esas personas que emiten opiniones o perogrulladas como si fueran verdades absolutas–, que lo seres humanos tenemos el número de respiraciones contadas; sin emitir una cifra. Yo voy a ir aún más allá que Perogrullo. En mi opinión y sin que nadie se ofenda diré una mentira: estoy convencido de que el número de respiraciones al que se refería el tertuliano aquel, era de 294.336.000. Cifra mágica. Esta cifra a pesar de ser falsa, es una gran verdad matemática. ¿Que porqué? Porque es el resultado de ponerme a respirar con el segundero a mano y comprobar si sigo vivo después de respirar 7 veces exactas en un minuto que es el tiempo que se tarda en leer esta frase sin comas. Esto también sería una mentira matemática, porque es imposible dividir 60 segundos entre un número primo, el 7, y tener una respiración tan acompasada que nos dé: 8,571428571... segundos –guarismo que me ofrece mi la calculadora– por bocanada. Pero ¿a qué viene mentir tanto? A que pensaba que si hacía ese cálculo para 80 años, la cantidad resultante de multiplicar 7 respiraciones x 60 minutos x 24 horas x 365 día x 80 años, coincide con la cifra mágica y procurando respirar más despacio, ese número se alcanzaría más tarde prolongando mi vida algunos años extras. Mirando de nuevo el segundero intenté respirar una vez cada 10 segundos, comprobando que salían 6 respiraciones exactas por minuto, que no me había asfixiado y que incluso me sentía mejor. Sobre todo después de haber hecho algunos cálculos matemáticos respirando a ese ritmo y verificar que iba a vivir 93 años, 121 días, 15 horas, 59 minutos, 59 segundos y unas décimas. Desde que nací, no desde ahora. Que no está nada mal. Incluso estaría dispuesto a regalarle a alguien que lo necesite más que yo, esos 121 días y pico. Hay que ser generoso en esta vida. Ahora voy a hacer un punto y aparte para tomar aire, aunque viva algo menos.

Me acabo de dar cuenta de que he cometido un error importante. No he tenido en cuenta los años bisiestos, esos que tienen un día más cada 4 años, el 29 de febrero –confío en que no sea el cumpleaños de ninguno de ustedes– por lo que yo viviré 24 días menos. Para corregir esto sin acortar mi vida y seguir siendo generoso, le he pedido a la persona a la que le iba a regalar esos 121 días y pico, que me devuelva 24. Que tampoco 97 días y ese pico de vida extras están tan mal. Se pueden hacer muchas cosas buenas en ese tiempo. Con estos cálculos que son producto de una vida dedicada al cálculo infinitesimal, espero contribuir a que todo el mundo pueda saber cuánta vida le queda, sin tener que recurrir al horóscopo o a una pitonisa.

Pero algún pero tenía que haber. No he tenido en cuenta a alguien muy importante: Dios. Él tenía que intervenir porque no se puede estar quieto. Por eso decidió para ser justo, que todo el mundo al nacer tuviera el mismo número de respiraciones; solamente hasta que Él lo decidiera. Algunos vivirían solo un suspiro y otros como yo, superando ya los 196.646.400. Por lo que todavía me quedan muchos, si Dios quiere. Quien desee conocer mi edad, que haga sus cuentas con los datos aportados. Yo he puesto las bases para el conocimiento científico y ya solo por eso merecería llegar hasta mi último suspiro: el 294.336.000.

Es cierto que mucha gente, no muere por falta de aire antes de ese último suspiro, sino por hambre, o por accidente, enfermedades, desgracias y cataclismos provocados por Dios, o al menos consentidos. Y en caso de no existir Él –como afirman algunos–, por culpa entonces de los seres humanos, los animales o la Naturaleza, que es peor. Dios no, y la Naturaleza divina tampoco, pero yo sí querría que todo el mundo alcanzara esa cifra mágica conmigo. Dicen también, que los que creen en Él y rezan, o los ecologistas radicales, viven más. No dispongo de estadísticas para rebatirlo, ni tampoco viene al caso.

Para hacer más rico este debate, deberíamos incorporar otro parámetro muy de actualidad: los telediarios. ¿Cuántos telediarios tenemos contados? Si somos ecuánimes tanto con las televisiones públicas como con las privadas podríamos tomar como referencia 6 al día, haciendo zapping. Voy a seguir siendo generoso con el prójimo concediéndole una esperanza de vida igual a la mía, que descontando los días y pico regalados era de 93 años, aunque conozco gente que vive y ha vivido más. Tal vez por respirar menos o por rezar y reciclar más. Tomándome a mí como modelo, que soy el que tengo más a mano, cuando nací, todavía no había llegado el telediario ni la televisión a España. Solamente daban unas noticias por la radio llamadas “partes” y eso no cuenta, ni el NODO tampoco. “Ya está aquí el parte”, decía mi abuelo el rojo, que siempre sintonizaba Radio Intercontinental “la más musical”. A continuación se apresuraba a apagar la radio, terminado ya el dichoso “parte” antes del consabido, “Viva Franco, arriba España”, seguido de un himno –no de Riego precisamente–, para evitar tener que ponerse firme con el brazo en alto y yo con él con las palmas de las manos mirando al sol. Pasados unos minutos, concluido ese fragor no escuchado por los dos, volvía a conectar “la más musical” para oír cantar a Antonio Molina para mi desgracia y la de los trabajadores del Valle de los Caídos. Hasta mis 8 años ya cumplidos, no apareció el primer telediario en la única televisión española, la TVE, aunque en casa no la teníamos aún. Después vino el UHF llamado por los más patriotas la Segunda cadena y más tarde la abundante actualidad que hoy todos conocemos. Por eso, haciendo un promedio justo, vamos a multiplicar una media de 4 telediarios diarios desde mi nacimiento hasta mi muerte a los 93 años, por 365 días al año –añadiendo en esta ocasión los 23 días por los bisiestos– y nos salen 135.873 telediarios de vida media, de los que a mí me quedan 44.691 (s.e.u.o.) que no es poco si uno tiene el alma inquieta y ansias de saber.

Si fuera posible ver solo dos telediarios al día, yo estaría dispuesto. Seríamos más longevos aunque fuésemos menos cultos. Pero no lo es, porque entonces viviríamos 186 años y Dios, o los seres humanos, los animales, la Naturaleza e incluso las plantas venenosas y el terrorismo internacional, tendrían que aniquilarnos antes. Ese será nuestro castigo, escuchar cuatro veces al día a los locutores de moda y dentro de poco, de nuevo a Urdaci otros 8 años más. Lo siento, pero en estos temas científicos no hay más remedio que hacer futurología y eso me dice el tarot. Lo que no me dice este es: cuantos telediarios le quedarían al locutor recuperado antes mencionado, para poder volver asomarse a la pequeña pantalla. En mi noble afán de intentar prolongar la vida útil de los humanos y de los adjetivos, sin contrariar a Dios ni a los Académicos de la Lengua, he pensado que tal vez suprimiendo ese último telediario, el de Urdaci, que es el que más se parece al “parte” que escuchaba mi abuelo, y quedándonos solo con 3, aumentaría nuestra esperanza de vida hasta los 116 años y medio. Pudiendo regalar incluso 16 años y medio de vida a alguna niña hindú, para ser generosos con el tercer mundo. Vivir 100 años, no es imposible (acabo de comprobar con horror al verificar datos sobre el Valle de los Caídos por Dios y por España, que Franco todavía vive en una página web, www.generalisimofranco.com, la suya). Tras este paréntesis, al desaparecer el cuarto telediario de nuestra vida diaria, esta sería más saludable y gracias a los avances de la medicina geriátrica, la edad propuesta resultaría viable. Siempre que Dios o los seres humanos, los animales, la Naturaleza, las plantas venenosas, el terrorismo internacional, el pacto de Toledo, Urdaci, e incluso esa página web inmortal nos lo permitieran.

Recientemente, una de las dos Españas –a ninguna de las cuales pertenezco por derecho propio– ha dejado de ver el telediario de Gabilondo. Mejorando así su esperanza de vida a costa de su calidad. Yo propondría un reparto justo en el que una España solo viera Canal Sur, la Sexta, la Cuatro y la 2 de TVE con Gabilondo como opcional sustituyendo a alguna de las tres anteriores, y la otra España, Telemadrid, Veo 7, Intereconomía y la 1 de TVE con Urdaci, sustituyendo a alguna de estas otras tres.

Yo, si quieren que les sea sincero, no desearía vivir tanto.


lunes, 9 de mayo de 2011

El mundo oculto de la zanahoria


¿Saben ustedes lo que es un rastreador? Los que se hayan educado como yo, viendo películas del Oeste, sabrán a lo que me refiero. En esas películas se encontraba concentrado todo el saber humano occidental, aunque hubiera que buscar y rebuscar en ellas para encontrarlo en su totalidad, como hacía John Wayne. Algunos intelectuales han llegado a ver cientos de veces películas, como, “La Diligencia” de John Ford, en lugar de leer otras tantas el Quijote o La Iliada y la Odisea, obteniendo de ella toda su sabiduría actual. No intentemos por tanto, en algún debate televisado o charla radiofónica –en el espacio dedicado a los televidentes u oyentes– debatir con ellos sobre el color de los caballos, aún siendo la película en blanco y negro, porque quedaríamos como unos analfabetos.

Volviendo al rastreador, muchos jóvenes pensarán que me estoy refiriendo a Google, por ejemplo. Pues no. Un rastreador era habitualmente un mestizo, hijo de James Stewart –hecho prisionero por los comanches– y una hija de Caballo Loco, la hermosa Nube Gris; su padre, Stewart, nunca llegó a tener noticias de él, al ser liberado –semanas después de haber sido concebido el futuro rastreador– por las tropas del Tte. Coronel Custer. El padre de ella, el jefe Caballo Loco, conseguía salir con vida de la incursión, teniendo que cargar desde entonces con el pequeño, alimentándolo hasta que ya adulto, fuera expulsado por el Consejo de Ancianos de la tribu para siempre a pesar de las súplicas de Nube Gris, por tener los ojos azules aún siendo moreno.
















Por falta de tiempo no voy a ponerme a verificar si esta relación entre J. Stewart, Caballo Loco, Nube Gris, y Custer se dio en alguna película y corresponde a la realidad o es producto de mi mente fantasiosa. Ese mestizo –afortunadamente hoy llamado indo-americano–, como decía, estaba habitualmente contratado a sueldo como rastreador de la caballería yanqui, dedicada a perseguir a los indios buenos y a los malos norteamericanos. Al no ser militar estaba eximido del saludo y de una estricta disciplina, lo que le permitía ir a su aire. Normalmente en avanzadilla por delante del destacamento, a pie y mirando al suelo como se puede comprobar en la foto inferior.

Muchas veces me pregunté, porqué los soldados azules no utilizaban perros sabuesos, que solo pedían pan y huesos de búfalo, en lugar de indo-americanos que además de comer alubias con carne en salazón, querían salarios justos. La respuesta estaba en la vista de águila del rastreador, aunque en olfato no llegara a superar al sabueso. En el momento que este individuo, llamémosle Ojo Avizor, localizaba una cagarruta del caballo del indio bueno o del mal norteamericano, podía distinguirla entre un mar de cagarrutas de bisontes e incluso de entre todas las de cualquier manada de Cimarrones a lo largo y ancho del salvaje Oeste. No solamente por su aroma, sino también por su color, aspecto y calidad. A partir de ese instante, tanto el indio como el norteamericano perseguidos, fueran buenos o malos, no tenían escapatoria.
Estaban perdidos, y serían capturados, abatidos, o neutralizados –utilizando una palabra más actual– tarde o temprano; pero siempre antes del final de la película, para que el destacamento pudiera escuchar nuestros aplausos desde las butacas de platea, antes de regresar al fuerte. De nada les serviría a los perseguidos abandonar sus monturas, caminado por el lecho de los arroyos o por enormes piedras graníticas o kársticas como las de La Pedriza –en la Comunidad de Madrid– o las del Torcal de Antequera –en la provincia de Málaga–, intentando no dejar huellas. Todo sería inútil porque así estaba sentenciado en el guión de la película.
Bueno, pues eso es exactamente lo que nos está pasando a todos nosotros, tengamos el sexo que tengamos en toda su rica variedad de tendencias. Seamos buenos, malos o regulares; sin ser ni indios ni norteamericanos necesariamente.


Estamos siendo rastreados, pero no por el olor de las cagarrutas de nuestros caballos o en su defecto de nuestros perros, ni incluso por el de las propias; sino por nuestras palabras. Las que decimos de viva voz, o las que escribimos correctamente en Internet. Huelan bien o mal, sean altisonantes o malsonantes. Y a no ser que permanezcamos mudos y escribiendo únicamente misivas a bolígrafo sobre papel blanco, rayado o cuadriculado, para enviarlas después por correo postal como antiguamente, seremos perseguidos, agobiados, acorralados, y finalmente, encontrados y neutralizados, o en el mejor de los casos: utilizados. Para el bien común, desde luego, o para el de algunos pocos, también, pero nunca para el nuestro propio.

Esos rastreadores modernos, ahora llamados buscadores, están por todas partes, pero sin salirse de las redes naturalmente. Bien sean alámbricas, inalámbricas, o de fibra óptica. A través de teléfonos móviles o fijos, y de todos y cada uno de los ordenadores de los que hoy en día cualquier ser humano trae ya bajo el brazo al nacer –en lugar de la clásica barra de pan de antes–, con el que para sobrevivir en adelante, necesitará obligatoriamente una hermana llamada ADSL.

Pruebe usted, sea hembra o varón, a enviar un mensaje a cualquier amiga o amigo dentro de las tres combinaciones sexuales posibles y comprobará que la próxima vez que abra su navegador para esperar la ansiada respuesta, aparecerán multitud de anuncios relacionados con alguna de las palabras más sugerentes utilizadas en su anterior mensaje. Por ejemplo, si ha utilizado la palabra “pelo” en alguna de sus frases como, “...tienes un pelo divino...”, aparecerán por arte de magia todo tipo de anuncios de champús y pelucas, algún pasaje de la Biblia e incluso alguna fotografía de Cher. Si profundizamos en un lenguaje más íntimo sin caer en la pazguatería ni llegar a la pornografía, una frase como, “...y quiero que ese culo tuyo más prieto que el de Brad Pitt sea solo para mí...”, puede llevarnos a recibir tanto a la parte emisora como a la receptora, sin consideración de sexos, multitud de propuestas para adquirir la filmografía completa en DVDs del citado artista, todo tipo de anuncios de slips o boxes de las marcas más reputadas y una amplia variedad de mobiliario gimnástico para mantener nuestro cuerpo terso. Sin contar, con la enorme cantidad de culos anónimos de ambos sexos carentes de un triste tanga, dispuestos a ser contemplados por nuestros ojos sin pagar un céntimo. Si la parte receptora, motivada por nuestras palabras responde con algo como, “...no puedo dejar de pensar en esas caderas tuyas, más acogedoras para mí que las de Jennifer López...”, ya está liada, pero “gorda”. Recibiremos, además de una oleada de ofertas con toda la filmografía de esa estrella junto a la de su discografia completa con póster de regalo, nos guste o no, el cartel de la película “Lo Verde empieza en los Pirineos” con Jose Luis López Vazquez (q.e.p.d.). En cuanto a caderas anónimas desnudas, con y sin prótesis más o mucho más de lo mismo.

Así están las cosas. Y si escribimos en inglés para demostrar nuestra cultura. Peor. Porque como todo el mundo sabe, los mejores rastreadores eran del salvaje Oeste y hablaban inglés tan bien como el chiricahua. Por ello los más avanzados buscadores han nacido también alli, en Silicon Valley, donde terminaba ese Oeste dejando de ser salvaje antes de llegar al mar y donde también se dejaron la piel muchos de aquellos rastreadores indo-americanos, antepasados de los que hoy mantienen limpias todas esas modernas instalaciones, trabajando como barrenderos.
¡Qué no se nos ocurra escribir, presumiendo de doctos, cualquiera de las frases antes reseñadas en inglés o en chiricahua!, porque entonces las ofertas recibidas, junto a los culos y las caderas, saldrán por los costados de la pantalla de nuestro ordenador sin que podamos contenerlas. Pero esto no es lo más grave. Pongamos que cometemos la torpeza de enviar algún comentario de actualidad a alguno de nuestros amigos de ambos sexos, en los que aparezca algún vocablo perteneciente a uno de los problemas más sangrantes que vive en la actualidad la administración norteamericana, y que ahora no me atrevo a mencionar ni siquiera en abreviatura. Y no me refiero al 7º de caballería, a Sitting Bull (Toro Sentado), a los rastreadores indo-americanos, o a Búffalo Bill. Por esa acción gramatical, nos puede caer encima todo el peso de la Central de Inteligencia, e incluso un día al sonar el timbre de nuestra casa y abrir la puerta, lo último que veamos en esta vida sean las caras pintadas de verde de unas fuerzas especiales que nadie conoce por su nombre de pila y que ningún ser humano que siga vivo, ha visto jamás de frente, excepto el Presidente de los EEUU.








Hace unos días en un programa cultural, he oído que la administración del país del salvaje Oeste ha dedicado este año, cincuenta mil millones de dólares USA (50.000.000.000 $) para mejorar los sistemas de escucha, rastreo y detección, encargados de mantener la seguridad de los ciudadanos norteamericanos, y que gracias a ese dinero se salvarán cientos o tal vez miles de vidas de civiles y militares inocentes de las que intenta segar a diario el terrorismo internacional. Para ello, escucharán, grabarán y almacenarán, todo lo que digamos o escribamos, y tarde o temprano incluso lo que pensemos el resto de la humanidad. Yo, que soy de Ciencias y que en cuanto me dejan me pongo a hacer cuentas, se me ha ocurrido hacer estos sencillos cálculos: Teniendo en cuenta que en el Africa negra, o en la India, por ejemplo, con 1.000 $ un habitante medio puede sobrevivir un año en condiciones mucho más aceptables que las de sus compatriotas, con la misma cantidad que dedica la inteligencia norteamericana a salvar esos cientos o quizá miles de vidas de sus ciudadanos, en estos paises lejanos y en el resto del mundo, se podrían salvar 50 millones de vidas de las que se pierden fácilmente por falta de alimentos, medicinas o agua potable todos los años. Siempre que los presupuestos generales del estado norteamericano se mantengan. Cada cual que haga sus cálculos para averiguar cuántas decenas de miles de vidas de africanos o hindúes equivalen a la de un norteamericano medio, civil o militar, según las cuentas de las centrales de inteligencia de ese salvaje Oeste.

Recuerdo las palabras de un amigo, que hace bastantes años tras la aparición de Internet, opinaba ingenuamente que ello nos haría más libres y cultos, menos dependientes del poder de los estados, menos sujetos a la censura, y además gratis. Yo por llevarle la contraria, algo enfermizo en mí, opinaba que no era posible que un invento de la NASA tuviera como objetivo la libertad del individuo, contraria habitualmente a la de la sociedad, imaginando algún plan oculto para cebarnos primero, pudiéndonos llevar después de forma pacífica, contentos al pesebre; o en el mejor de los casos, sacándonos únicamente el dinero de los bolsillos y ofreciéndonos publicidad a cambio. Bueno, pues aquí y así estamos. ¿Y qué podemos hacer para protegernos de esos astutos buscadores sin tener que escapar a uña de caballo?

Creo tener la solución. Esta solución tendría varias vías. La más fácil sería, si supieramos hacerlo, escribir en chino. No creo que vinieran a buscarnos desde tan lejos, dijéramos lo que dijésemos. Pero eso sí, en ningún caso deberíamos acercarnos a la plaza de Tian’anmen, para evitar ser fulminados por algún tanque del ejército chino, por disidentes. Los buscadores indo-americanos, no hablan ese idioma, por lo que estaríamos tan a salvo como los fugitivos de la película si hubieran escapado, en lugar de a caballo, en bicicleta que no deja restos orgánicos.

La segunda vía, que es la que yo más recomiendo, es intentar escribir en andaluz de la Serranía de Ronda, aunque seamos catalanes. Pondré varios ejemplos. Supongamos que nos viene en gana escribir sobre un terrorista recientemente localizado, neutralizado, y pasado por agua, sin que se nos vincule a una red con nombre árabe sobradamente conocida. Podríamos escribir: “Fin Laen ah cío ezcohonaó y arrohaó a la má, a pezá dehtá dezarmaó el hìoputa, cin que Arcaèha ni er Pasquintáh zàllan coscaó de ná...”. Sin sufrir por ello el menor daño por parte de los hombres verdes. Además dudo que nos llegara publicidad alguna ni siquiera de la Caja de Ahorros de Ronda.

Si quisieramos escribir a una amiga o amigo muy íntimos podríamos decir algo así como: “Mizentràñah, toy con tànt’ancia e vèrte que ce me zàrtan loh pùrsoh...”. Y como mucho nos llegarían algunos versículos de las Upanishads en sánscrito. Finalmente si decidiéramos, por ejemplo, enviarle una carta de despedida al Director General del departamento donde trabajamos en el Ministerio de Asuntos Exteriores, solo tendríamos que escribir: “Ke te hén, ilipòyah cornúo, te ba llevá er cafelìyo con moiète y pringá a tú espàsho tú concuñào er que ce lo mònta con tu muhén...”. Tampoco en este caso habría peligro de publicidad alguna ni de represión ministerial. Como mucho, llegaría algún anuncio de manteca colorá, molletes antequeranos o la programación completa de Canal Sur. Nada dañino para la vida.

Y así, podríamos mantenernos como las zanahorias, ocultos bajo tierra durante un tiempo, hasta que una mano amiga viniera a recogernos porque nos hubiera llegado la hora.


sábado, 7 de mayo de 2011

Prohibido prohibir el amarillo


Cuarenta y nueve años después del éxito de “Love me do”, el gobierno cubano integra la música de los Beatles en su programa de apertura cultural con la creación de un club estatal: “El Submarino Amarillo”. “La Habana necesitaba un recinto como este en el 2011. Aquí solo se escuchará música beat, nada de bachata ni reggaeton”, ha dicho Ernesto Juan Castellanos, director artístico del nuevo club con paredes azules y amarillas perteneciente al Ministerio de Cultura.

“Al tener de manera oficial un nuevo espacio, los Beatles han pasado de ser prohibidos a obligatorios”, manifestó Castellanos. “En el pasado, el pueblo cubano no estaba en condiciones de asimilar su música ni entender sus letras ni sus melenas. Por ello los cuatro de Liverpool fueron tachados de contra-revolucionarios, siendo prohibidos sus discos y su presencia por uno de los abuelos de la Revolución permanente: el comandante Jorge “Papito” Serguera, recientemente fallecido de cáncer de colon. De haber estado vivo le habríamos invitado a bailar el “Twist and Shout” con nosotros, aunque solo bailaba el son cubano revolucionario, responsable de su enfermedad”, concluyó. Grupos musicales en vivo y en directo, algunos septagenarios, representan aquella música siguiendo la estela que ya iniciaran en España Los Mustangs y Los Beatles de Cádiz a mediados de los años 60.

En el año 2000, como un preludio moderado a estos hechos de actualidad, el propio Fidel Castro asistió a la inauguración de una estatua de John Lennon en el parque de La Habana, muy cerca de donde ahora está “El Submarino Amarillo”, manifestando que John siempre fue un revolucionario desdibujado por sus otros tres compañeros, Paul, George y Ringo. “Así es, mi Comandante”, añadió “Papito” Serguera presente en el acto, “aunque hayamos tardado 20 años después de su muerte en descubrirlo”.
En los once años que han pasado desde aquella inauguración y tras la reciente muerte de “Papito”, la letra de “Obladi, oblada”, ha dejado de considerarse contrarrevolucionaria y el pueblo cubano ha podido finalmente tararearla en la ducha sin ir a prisión por ello.

A la inauguración oficial del club asistió Raúl Castro, vestido de Sgt. Pepper’s y acompañado por su gabinete de ministros disfrazados de miembros de la Banda de los Corazones Solitarios (Lonely Hearts Club Band), presidiendo una representación nacional de beatlemanía formada por fans de la tercera edad; alguno de los cuales, en el pasado, pagaron con cárcel su obsesión musical y la posesión ilegal de vinilos. Los servicios de salud cubanos, se vieron obligados a atender varias lipotimias, entre ellas la de Raúl, y alguna que otra fractura sin importancia, al bailar todos unidos a los acordes de “Back to the USSR”. Fidel Castro siguió en todo momento desde la cama, haciendo los coros, la emisión del evento a través de su televisión pública privada.

Qué tranquilizador fue en un pasado reciente, contemplar a todo un pueblo dormido por los arrullos de una única nana revolucionaria acompasada por los trinos (¡cucurrucucú!) de algunos pájaros. Y cuán gratificante es que cincuenta años después, los gallos de las gargantas de esos mismos pájaros, las de los Hermanos Castro, despierten de sus cunas a un pueblo ya adulto con este madrigal, entonces contrarrevolucionario y ahora progresista, de Lennon y McCartney: “Yesterday, all my troubles seemed so far away, now it looks as though they’re here to stay, oh! I believe in yesterday... (El ayer, todos mis problemas parecían tan lejanos, ahora parece como si estuvieran aquí para siempre, oh!, creo en el ayer...)”. Algunos pocos de aquellos durmientes que intentaron despertarse cantándolo antes de tiempo, fueron trasladados a causa de su peligrosidad social y musical, desde aquellas cunas a jaulas insonorizadas más apropiadas, de las que han salido a tiempo para volver a escuchar su canción favorita.

Se espera que estos aires de libertad permitan que dentro de veinte años, “que no es nada”, como afirmaba también Carlos Gardel hace ochenta, se permita alguna actuación de Marilyn Manson en El Tropicana, si es que no se encuentra para entonces recluido en alguna residencia psiquiátrica para ancianos terminales.